23-06-2015
Pues
bueno, a dos semanas de las elecciones en México, pareciera comprobarse a
posteriori la ineficacia política y extrapolítica del voto nulo. La intención
de esta breve columna tiene justamente por objetivo valorar un par de
argumentos técnicos —y ofrecer a su vez uno breve— sobre la viabilidad política
de esta forma del voto. Es decir, no por supuesto sobre su legitimidad política
—indiscutible e inalienable para quien bajo reflexiones éticas o reflexiones
políticas se haya departido por anular—, sino sobre su viabilidad política
entendida como eficacia, sobre la certidumbre que a la ciudadanía brinda anular
si lo que se quiere es castigar realmente a la partitocracia y empoderar a la
sociedad civil como más o menos arguyen sus impulsores.
Bien, resultado de esta inquietud decidí lanzarme a
la búsqueda de respuestas en Internet y pude por fortuna encontrar algo de
información valiosa. Encontré al menos dos argumentos a los que valdría la pena
considerar si lo que buscamos es una evaluación más amplia sobre el comportamiento
del voto nulo y si no nos sentimos satisfechos con lo que hasta el momento se
ha dicho sobre su efectividad. Tomando entonces esos argumentos fui
construyendo una sencilla argumentación y una serie de preguntas en relación a
este tipo de voto con el propósito de no limitar el análisis a factores
políticos. Lo que voy a hacer es prácticamente ofrecer algunos argumentos
técnicos muy simples explicando por qué en general resulta difícil determinar a
priori si el voto nulo serviría a propósitos políticos o electorales
definidos y por qué creer en su eficacia demandaría de nosotros
a) O de mucha fe política,
b) O del conocimiento de otras de las variables
involucradas en el evento electoral en cuestión,
c) De un presupuesto tan alto y una campaña publicitaria
tan exitosa como para inclusive garantizarnos una buena pelea frente a las
costosas campañas de algunos de los partidos políticos mejor patrocinados para,
así, atraer algunos de sus adeptos,
d) De una tan elevada consciencia política que sin
necesidad de financiamiento ni sin grandes convocatorias la ciudadanía se
convencería por sí sola del poder de anular,
e) Otros escenarios.
A continuación los argumentos.
ARGUMENTO 1. Este argumento parte de una brevísima columna de
opinión publicada en el diario El Universal la semana pasada y fue
proporcionado por uno de los miembros del Movimiento Anulista a través de su
cuenta Twitter; vale mencionar que cuando se proporcionaba se advirtió al mismo
tiempo cuáles serían los límites de esta modesta columna (“para alimentar
debate”) y que no fue dado con la pretensión de zanjar aquí la cuestión. ¿Qué
nos ofrece este análisis? Básicamente no hay ningún dato de peso en la columna
que refuerce las opiniones de la expositora. Todo lo que se nos ofrece es
evidencia anecdótica. Y es importante recordarlo: los ejemplos aislados no
constituyen información concluyente en ningún análisis estadístico y menos en
un evento aleatorio de este tipo. A veces ni el propio votante sabe con
claridad por qué partido va a departirse sino hasta el momento mismo de la
elección y puede incluso decidir su voto el mismo día de la jornada electoral.
Hay una importante componente subjetiva en el ejercicio del voto y de allí que
atribuir preferencias a los anulistas resulte ser un acto poco más que ocioso.
Necesitaríamos conocer cómo se distribuyen los votos nulos entre los distintos
partidos (de ser efectivamente emitidos) y esto demandaría conocer los datos de
toda la elección e inclusive datos de elecciones pasadas a través de muestras aleatorias
tomadas de la población electoral en su conjunto —y por tanto, muestras
representativas—, dado que la población electoral constituye en sí un sistema
social altamente heterogéneo, y entonces, ahora sí, establecer con menor
certidumbre —si es que una cosa tal es posible— si los anulistas son votantes
desilusionados o ciudadanos apartidistas. En general, resulta aventurado hacer
conjeturas sobre los votos anulados sin fiabilidad estadística. Por ejemplo,
¿por qué suponer que los votos ganados por los partidos pequeños son votos
finalmente no anulados? O más específicamente, ¿por qué suponer que los votos
anulados habrían de ser incontestablemente votos para el PRI? De antemano nadie
sabe entre quiénes se repartirán. Para inferir lo que allí se infiere se
necesitan más datos. La coincidencia aludida resulta ser para todo fin práctico
insuficiente. Si acaso podría inferirse que en las circunscripciones de alto
voto nulo citadas en el texto (y solamente en esas) hay menos simpatía por el
PRI entre los votantes que por el resto de partidos. Y esos otros partidos
pueden ser: PAN, PRD, PT, MORENA, PVEM, Movimiento Ciudadano o podría
simplemente tratarse de una postura apartidista acendrada, no necesariamente
benefactora de los partidos pequeños.
Resulta por otro lado llamativo que se cite a
Movimiento Ciudadano a favor del voto nulo cuando es evidentemente un argumento
débil. Si en una entidad de bajo voto nulo Movimiento Ciudadano logró atraer el
voto de los anulistas, como parece sugerir la escritora de la columna, ¿no
debería más bien considerarse este hecho un triunfo de Movimiento Ciudadano que
del movimiento anulista? Correlación no es causalidad. En la columna nunca se
explica esto ni de hecho ha quedado suficientemente aclarado por los
representantes del voto nulo hasta el momento. Su argumentación al respecto
está basada solamente en probabilidades discursivas pero no se ha ofrecido
hasta el momento ningún argumento de peso. Y creo que esto ha sido así
sencillamente porque no hay cómo explicarlo: estamos ante un evento estocástico
de muy alta complejidad probabilística y de inclusive absoluta incertidumbre
debido a la importante componente subjetiva implicada en el evento, como se
comentó líneas arriba. En resumen, es difícil saber en una elección si el voto
nulo servirá a nuestros propósitos con una cantidad de datos tan pequeña. Por
lo demás, la ambigüedad de la columnista hace de por sí difícil analizar su
comentario.
Así, más allá de la legitimidad política del voto
nulo, hasta el momento ignoramos cómo este voto lastimaría al sistema de
partidos además de lastimar potencialmente al PRI. En realidad, puede lastimar
potencialmente a cualquier partido y de allí que haga peligrar especialmente a
los partidos pequeños, quienes evidentemente cuentan con menos recursos
financieros y experiencia política para atraer a los votantes. No es gratuito
que el Partido del Trabajo haya perdido su registro en esta elección, por
ejemplo. Desde mi perspectiva, el voto nulo fortalece al sistema de partidos de
la misma manera en que lo hace el voto efectivo. O dicho de otra manera, no
existe evidencia estadística concluyente que irrefutablemente apoyara el
argumento contrario.
ARGUMENTO 2. Mientras terminaba de teclear el
argumento 1 esta mañana encontré por fortuna un análisis del economista
mexicano Javier Aparicio en el que explica con una sencilla ecuación aritmética
por qué el voto nulo no solamente no castigaría a los partidos políticos sino
que de hecho los favorecería. Solamente que a diferencia del breve análisis del
argumento 1, en el que tomo únicamente los datos de la columna citada, él
además incorpora a su análisis (bastante más amplio) la manera en que de hecho
los votos nulos son contabilizados después de la elección de acuerdo a la
última reforma a la ley electoral (2014) y concluye por tanto que los partidos
pequeños se verían en realidad beneficiados con esta nueva reforma.
Textualmente en su breve análisis afirma: «Los votos nulos, al igual que el
abstencionismo, ayudan a que los partidos políticos mantengan su registro» y
párrafos más adelante: «Y también ayuda a que los partidos pequeños mantengan
su registro, sus prerrogativas y sus curules». A mí sin embargo su último
argumento no termina de convencerme del todo pues creo que está subestimando
aquel comportamiento poco predecible expresado necesariamente en la voluntad
del elector el día de la elección y cuya última decisión (se esperaría) sería
sensible al arsenal disuasivo de los partidos políticos —dependiente en alguna
medida de los recursos del partido en cuestión y de su consolidación política—
y cuyo impacto en la voluntad del votante debería poder ser representado de
alguna manera en nuestros cálculos para determinar si esto afectaría o no
afectaría a los partidos pequeños (y puesto que se restan de la Suma total
de votos válidos los votos nulos). En mi opinión, inclusive con
independencia de la indecisión del votante y de si decide, o no, el mismo día
de la elección por uno u otro partido, creo que debe reconocerse que los
partidos grandes cuentan con más recursos (económicos, en prensa, en
publicidad, en trayectoria) para atraer en general a más votantes, lo que,
desde mi perspectiva, hace de todos modos peligrar a los partidos pequeños, tal
y como peligraban con la ley anterior. Y lo que además, habría que sumar este
otro factor indecisión del votante indeciso —comentado en el argumento 1—
y estudiar su relación con los recursos de los partidos. En general, habría que
considerar con más cuidado si los partidos pequeños son realmente beneficiados
con esta nueva ley.
Creo por todo esto, que el voto nulo no solo es un
voto ineficaz, es un voto ingenuo cuando no inútil. Un voto naïve. ¿Por
qué la ley electoral pone a disposición de la ciudadanía un instrumento
claramente limitado para castigar al sistema de partidos? ¿No este mecanismo
abre las puertas a un ejercicio de representatividad ciudadana asimétrico para
quienes no cuentan con medios políticos para la resistencia?
Querría finalmente preguntar al Movimiento Anulista
y a sus principales impulsores si otra vez la ciudadanía habremos de quedarnos
sin respuestas convincentes acerca de la eficacia, no ya solamente política
sino extrapolítca del voto nulo, o si, como en otras ocasiones, el movimiento
nació (previo a las elecciones) con un tenaz respaldo mediático y disuasivo
solo para morir, después, calladamente, lanzándolo con su sordina a las tierras
del olvido político, para hacer de este asunto otro de los tantos temas de
coyuntura a los que la historia mexicana contemporánea parecería estar condenada
sin derecho al registro, a la memoria, a la duda o al escepticismo. ¿Habrá
respuestas?
Notas.
[1] En este enlace puede leerse un estudio
realizado por el Partido Acción Nacional sobre el comportamiento del
voto nulo en las elecciones federales 2012. Cito textualmente las conclusiones
del estudio: «En el estudio encontramos una posible relación negativa entre
voto nulo y GPE, lo que significaría que a menor nivel educativo en los
distritos hay un mayor voto nulo». A lo largo del texto se define GPE como
Grado Promedio de Escolaridad (https://www.pan.org.mx/wp-content/uploads/downloads/2013/08/Documento_429.pdf).
[2] No querría obviar que tanto en el ITAM
como en El Colegio de México (de donde egresan los principales
promotores de este movimiento) hay una importante comunidad de egresados de
matemática y matemática aplicada (con un excelente cuerpo académico, creo
entender) quienes junto a Javier Aparicio podrían brindarnos de algún análisis
más completo sobre esta cuestión. Es decir, el movimiento anulista podría
solicitar un estudio así inclusive como un ejercicio de sana autocrítica ante
su propia propuesta.
[3] La columna del argumento 1 se
intitula «Falacias sobre el voto nulo e independientes» y puede consultarse
directamente ingresando a la página del diario mexicano El Universal.
[4] Es una lástima haber encontrado tan
tarde la nota de Javier Aparicio, alojada en su blog personal, javieraparicio.net, en
donde se presentan toda una serie de miniartículos muy interesantes escritos
por el economista, a lo largo de al menos un mes —sobre el voto nulo— previo a
las elecciones. Vale la pena echarles un ojo.
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