Punto
Final
15-06-2015
Que dos
ex presidentes norteamericanos hayan confesado sus debilidades por las drogas
no es un dato alarmante, menos en una sociedad adicta a los delirios
consumistas de baratijas capitalistas como la norteamericana; aún así, no es un
detalle menor.
Al respecto, es legítimo, como también demostrable,
afirmar que, efectivamente, concurre como flagelo planetario una criminal
geopolítica de las drogas. La historia refleja un comportamiento demencial, en
el pasado, de los centros de poder fáctico europeos, especialmente del Reino
Unido, al tratar de destruir el aparato estatal chino imponiendo tratados
comerciales inicuos a partir de la reducción de fortalezas internas y valores
sociales mediante las guerras del opio, entre 1839 y 1860.
Hoy, los métodos han cambiado, pero los propósitos
geopolíticos y económicos permanecen intactos. También el centro generador se
trasladó de Londres a Washington. Al respecto conocemos la gigantesca operación
Irán-Contras propiciada por Washington. Sumemos el empeño de las potencias
occidentales en dominar Afganistán con la curiosa explosión de cultivos de
amapola en miles de hectáreas, a partir de la guerra invasora. ¿Sólo
coincidencias?
EE.UU. es el primer consumidor de drogas en el
mundo, a la par de ser el principal productor de marihuana y drogas duras
sintéticas. Pero a la vez es el primer exportador de armas y municiones para
los grupos irregulares que en varios países sudamericanos custodian sembradíos
y rutas de tráfico de estupefacientes.
No conforme con tan audaces indicadores, EE.UU. es
el primer exportador mundial de sustancias e insumos precursores. Agreguemos a
ello informes de organismos de la ONU que se encargan del asunto y que indican
que la banca estadounidense está seriamente implicada en el financiamiento de
este “comercio”. Tampoco nunca se ha tenido conocimiento de banqueros
norteamericanos enjuiciados ni de funcionarios aduaneros detenidos que,
curiosamente, no detectan la salida de pertrechos, armas y sustancias químicas
hacía los países productores.
La tecnología satelital norteamericana es capaz de
asesinar niños en Iraq, Afganistán y Siria desde comandos en territorio
norteamericano, pero no es capaz de detectar barcos y aeronaves que desde sus
puertos y aeropuertos despegan cargados de insumos para la muerte y pertrechos
para las nuevas guerras del opio. Tampoco ha advertido que a pocos kilómetros
de sus bases militares en Afganistán, las áreas cultivadas con amapola superan
ya las sesenta mil hectáreas.
Las acusaciones al voleo, con mucha estridencia
mediática pero sin reales sustentos demostrativos contra Venezuela, no escapan
a esta realidad geopolítica. Varios capítulos en las relaciones bilaterales son
reveladores. La expulsión de la DEA de territorio venezolano tiene sustento
irrebatible. Simulaba entregas controladas sin asidero legal; hacía
seguimientos a priori violando acuerdos e intervenía en asuntos de
política interna que dieron pie a una decisión obligante para el presidente
Chávez en su momento.
Washington ha sostenido en relación a Venezuela
políticas antidrogas plagadas de despropósitos. Una cadena de hechos lo
demuestra. Prohibió a España y Brasil la venta de aviones adecuados para la
vigilancia y control de territorios marítimos y regiones montañosas colindantes
con Colombia; asimismo ha pretendido operar en forma unilateral radares en
Venezuela impidiendo que el gobierno accediera a la información obtenida.
La estrategia norteamericana tiene epicentro en
activar muros de contención en aquellos países “díscolos” a sus intereses a los
que “hay que torcerles el brazo para que hagan lo que queremos…”. Tales muros
tienen por objeto represar drogas con dos objetivos: deteriorar la moral de la
población y asegurarse -Washington- que las drogas que ingresen a su territorio
sea en cantidades política y militarmente manejables y dirigidas a sectores
sociales específicos.
Los presidentes Hugo Chávez y Evo Morales muy
temprano tomaron las decisiones correctas para desmembrar el macabro y
gangsteril plan de convertir a Venezuela y Bolivia en territorios abiertos para
los carteles traficantes, paraísos del lavado de dinero y campos de batalla
entre las mafias, incluyendo a la DEA.
Este historial revela una conducta que lleva a
concluir que Washington se interesó desde la administración Clinton en crear
rutas “seguras” utilizando el territorio venezolano. El gobierno bolivariano ha
implementado políticas y estrategias que comienzan a generar resultados muy
positivos. La vigilancia estricta; destrucción de pistas de aterrizajes y el
derribamiento de aeronaves cargadas de drogas, demuestran que Venezuela se
cruzó en el camino de la geopolítica de Washington.
El reciente embate contra funcionarios venezolanos,
entre ellos el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, se
inscribe en el marco de nuevas y desesperadas acciones contra gobiernos que se
opongan a los planes globales hegemónicos de Washington. Las guerras de cuarta
generación hacen uso intensivo del corporativismo mediático. De eso se trata
esta nueva campaña antivenezolana.
Ya es más que evidente la intervención del señor de
todos los carteles -que no es otro que el colombiano Alvaro Uribe-, en la
política interna venezolana. Y decir Uribe es decir, sin lugar a dudas drogas,
paramilitarismo, lavado de dinero y criminalidad. Pero a la vez, decir Uribe es
decir Washington.
Nada debe extrañar sobre estas típicas conductas de
gran potencia hegemónica. EE.UU. se ubica en un denigrante ranking :
además de las drogas, es el país donde más se violan los derechos humanos,
especialmente de los afrodescendientes y latinos.
Vale preguntarse ante el evidente fracaso de las
políticas y estrategias con las que se ha enfrentado el flagelo de las drogas:
¿qué pretende Washington, combatir la producción, el tráfico, el
financiamiento, o dominar las rutas de este siniestro “comercio”?
PEDRO FERNANDEZ en Caracas
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 830, 12 de
junio, 2015
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