09-06-2015
Después de la batalla en las elecciones del 7 de
junio, el panorama en México es el siguiente: un 55 por ciento de abstención
que convierte al “partido” de los no votantes (sea por repudio o por
desinterés) en el grupo, de lejos, mayoritario. Además, casi un 5,5 por ciento
de los votantes que eligieron conscientemente anular su voto junto con los
votos en blanco representan algo menos del 10 por ciento del 45 por ciento que
votó, o sea, cerca de un 4 por ciento del padrón electoral, y esa cifra se suma
al 55 por ciento de los abstencionistas llevando el total de los no votos de
protesta a casi el 60 por ciento (es decir, 6 de cada 10 mexicanos).
Los
porcentajes que obtuvieron los partidos participantes en la farsa electoral
deben ser calculados a la luz de estas cifras porque están abultados debido a
la bajísima cantidad de votantes de modo que el 30 por ciento priísta
representa en realidad el 30 por ciento pero del 40 por ciento que votó, o sea,
un 13 por ciento del total de los ciudadanos con derecho a voto y el 11 por
ciento del PRD sería el 11 por ciento de ese 40 por ciento, es decir, un poco
más del 4,5 por ciento.
De las urnas
surge con evidencia un sistema repudiado, minoritario, ilegítimo que, pese al
fraude, a la compra de votos, a las campañas de sus medios de intoxicación
cultural, al terrorismo de Estado y a la militarización, no pudo impedir ni el
boicot en zonas importantes de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, ni el bofetón de los
votos nulos y en blanco cuyo número supera a la mayoría de los pequeños
partidos participantes en la maniobra electoral.
Hay que
agregar a estos resultados que los votos logrados por MORENA son votos contra
el PRI y sus paleros y, una parte de ellos, votos contra el sistema de quienes
o no tenían en su región otro modo de organizarse y expresarse o creían que un
forma de combatir disputar posiciones en las instituciones también en este
turno electoral (que estuvo marcado por las desapariciones en Ayotzinapa y la
militarización del país).
El país real
ve hoy esa orfandad y también la ven quienes, en otros países, deben medir la
situación real en México. El Estado mexicano aparece claramente como un
semiEstado, que no tiene “el monopolio de la violencia legítima” ni el de las
armas, no controla partes importantes del territorio, y es gobernado por una
camarilla oligárquica que carece de consenso.
Los niveles
de conciencia, de moral combatiente y de organización de los sindicatos
combativos y de los grupos populares opuestos a la farsa electoral no tienen
precedentes y, con los resultados electorales, aumentarán y darán la base a
nuevas movilizaciones aún más masivas y con gran apoyo popular.
Todos los
partidos participantes en las elecciones fraudulentas perdieron votos y el PRI
ni siquiera puede gobernar solo sino que deberá recurrir a sus marionetas
“verdes” del PVEM o de Alianza, además de hacer acuerdos con el PAN y el PRD,
que sigue sobreviviendo a duras penas, pero herido de muerte porque MORENA
avanza a costa suyo.
La dirección
de MORENA, ante la conquista de bancas en el Parlamento y de posiciones
institucionales a costa y en reemplazo del PRD, cantará victoria y justificará
su línea electoralista simulando ignorar que el porcentaje de los votantes es
mucho menor que el porcentaje de quienes tienen derecho al voto y que, por lo
tanto, MORENA es mucho más minoritario de lo que fue el PRD.
Es difícil,
por lo tanto, que MORENA cambie su línea orientada desde hace años a la
conquista electoral y utópica de la presidencia en 2018 porque el verticalismo
de su estructura caudillista “blinda” el conservadurismo político de ese
partido. Pero, en el seno del mismo es de esperar que muchos militantes
honestos y combativos analicen no sólo los resultados de esta elección –que no
sólo marcan el aislamiento del gobierno sino también de todos los que le hacen
el juego- y busquen orientar a su partido hacia las luchas sociales y no sólo
hacia las elecciones presidenciales porque en éstas, como en 1988, en el 2006 o
en el 2012, el fraude organizado es algo seguro.
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