Por Rocío Silva Santisteban
3 de junio, 2015.- Son las 6:30 de la tarde y los
cacerolazos se oyen por todo el pueblo. Las mujeres se paran en la puerta de
sus casas o de sus tiendas con una sartén y un cucharón para declarar su
indignación. También prenden velas dentro de botellas de plástico para que no
se apaguen con la brisa que viene desde el mar. ¿De qué otra manera podemos
protestar?, se quejan. Les digo que porten lazos
verdes con un listón negro para manifestar su luto como lo hacían las mujeres
en Conga durante el Estado de Emergencia porque están suspendidas algunas
garantías pero jamás se puede suspender la libertad de expresión.
Han pasado solo 45 días entre la primera vez que
vine a la zona y ahora que regreso pero en densidad histórica parecen diez
años: cuatro personas han sido asesinadas, dos agricultores y un obrero de
construcción por proyectiles de arma de fuego y un policía golpeado por la
turba; se ha instalado el Estado de Emergencia y según el registro del puesto
de salud más de cien personas han sido atendidas por heridas, aunque, como me
confiesa la doctora: “muchas ni siquiera vienen porque tienen miedo de que les
pasemos nuestras listas a la PNP”. Por eso se sacan los proyectiles en sus
casas y llegan al puesto con infecciones por malas curaciones.
Hay miedo en Cocachacra y muchas quejas: por
abuso de la fuerza por parte de la PNP como, por ejemplo, cuando detuvieron a
un sereno y le hicieron bajar de una camioneta del serenazgo para golpearlo
hasta producirle un esguince; porque los jóvenes y adolescentes duermen en los
cerros por temor a ser capturados; porque la policía les pregunta a los niños
del colegio si sus papás participaban en la huelga. Las personas tienen miedo
incluso de hablar por celular y los adolescentes han aprendido a grabar y
registrar situaciones de violencia porque los periodistas que lo hicieron han
tenido que huir hacia Arequipa como también huyeron tiempo antes otros
pobladores a favor de la mina. La desconfianza se ha instalado incluso entre
vecinas que se acusan mutuamente de delación.
La gente agradece que Nicolás Lúcar haya venido a
la zona y aborrecen que algunos periodistas, sin salir de su set en Lima,
sostengan que hubo saqueos en Credishow cuando, me dice una señora, “sí
rompieron las lunas pero nadie robó nada ni saqueó nada”. Están cansados del
estigma de violentos. Me dice una trabajadora de la Municipalidad que cuando
van a Arequipa no los aceptan en los hoteles porque “son terroristas
antimineros”.
Por supuesto que también la espiral de violencia
de los espartambos les está pasando la factura. Sin embargo el tema es más
complejo: como me explica un profesor de colegio, muchos adolescentes los ven
como héroes, incluso hay un hip hop cuyo coro dice “el ministro no quiere
entender/ este valle no lo voy a vender / somos hijos de Tambo y somos
es-par-tam-bos…” Además me explican, por enésima vez, que no han llegado
“puneños huaraqueros” porque “muchos tambeños venimos de Puno y sabemos tirar
con honda para espantar a los pájaros”. Otros me explican que se sienten
indignados con el ministro. ¿Con cuál? les digo yo. Me explican que, por orden
de indignación, primero con Cateriano, luego con Pulgar Vidal y por último con
Pérez Guadalupe “porque dijo que a Ramón Colque lo mataron de un piedrón cuando
murió por bala…”.
¿Cómo recuperar la confianza?, pregunto. Solo un
hombre mayor que nos repitió varias veces que había leído el Informe Final de
la CVR se atreve a sugerir que venga el Presidente.
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Fuente: Publicado en el diario La República: http://larepublica.pe/impresa/opinion/4671-regreso-cocachacra
Fuente: Publicado en el diario La República: http://larepublica.pe/impresa/opinion/4671-regreso-cocachacra
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