25/08/2017
Hace casi un
siglo, José Carlos Mariátegui señalaba que el mérito excepcional de Marx era
haber descubierto al proletariado[1].
Asimismo, indicaba que la conciencia y los vínculos de solidaridad entre los
obreros surgían espontáneamente en la fábrica y, especialmente, en el
sindicato. A más de un cuarto de siglo de la implantación del modelo económico
neoliberal en el Perú, conviene analizar la situación de la gente desde el
punto de vista económico, de su ubicación en el aparato productivo nacional, de
sus niveles de productividad e ingresos, de sus derechos laborales, entre otros
aspectos.
Según el INEI, la
fuerza laboral del país presenta los siguientes rasgos[2]:
1. El 73% de la
población ocupada es informal.
2. El 94% de los trabajadores sin educación o sólo con educación primaria, son informales. Lo mismo sucede con el 80% de los trabajadores con educación secundaria, el 53% de aquellos con educación superior no universitaria, y el 38% de los que tienen educación universitaria.
3. De los
trabajadores auto-empleados y en microempresa (2 a 10 trabajadores), incluyendo
trabajadores familiares no remunerados, el 90% son informales. Esta cifra
desciende a 56% en el caso de las pequeñas y medianas empresas (11 a 100
trabajadores), y a 24% en la gran empresa (más de 100 trabajadores).
4. El 97% de los
trabajadores del primer quintil de ingresos (el más pobre) es informal. Algo
similar sucede con el 89% de los trabajadores del segundo quintil, el 77% del
tercero, el 66% del cuarto, y el 44% del quinto quintil (el más rico).
Estas cifras
ratifican la existencia del síndrome de precariedad laboral descrito en un
artículo anterior[3]:
siete de cada diez trabajadores son informales, la informalidad incide más en
los trabajadores con menor grado de instrucción (y menor productividad), en
trabajadores ocupados en unidades productivas de menor tamaño, y en los
trabajadores de menores ingresos (pobres y vulnerables). De este modo,
existiría un círculo vicioso baja productividad – bajos ingresos – pobreza y
vulnerabilidad – auto-empleo y micro empresa – informalidad, donde estaría
atrapado el 70% de trabajadores ocupados del país.
Ante este panorama,
el reto para construir una sociedad justa, solidaria y próspera es enorme: cómo
organizar políticamente lo que está socialmente desorganizado. Y es que el
neoliberalismo no es sólo una trama económica para restituir la tasa
de ganancia del capital, redefinir el rol del Estado en la economía y
reinsertar al Perú en la globalización neoliberal en función de intereses
transnacionales. También es una trama política, cuyo objetivo es la disolución
del sujeto social del cambio en el país: los trabajadores organizados. Y una
trama ideológica, que consagra el individualismo extremo, el consumismo
exacerbado, y el “exitismo” (a más dinero, mayor éxito), en desmedro de valores
tales como la cooperación, la solidaridad y el bien común.
Con siete de cada
diez trabajadores ocupados en la economía de sobrevivencia del auto-empleo, la
microempresa y el trabajo familiar no remunerado, ¿Qué tipo de sociedad se
puede plantear? En este contexto, el cambio social en favor de las mayorías sin
duda demandará un enorme esfuerzo y creatividad.
Algunas pistas
sobre cómo enfrentar semejante reto ya se dieron durante la última campaña
electoral. El punto más importante, en términos de la gente en su calidad de
trabajadores y trabajadoras, es el de la diversificación productiva. Ésta es
indispensable para acelerar el crecimiento económico de manera sostenible, y
dejar de depender de las exportaciones de materias primas y de los precios
internacionales de los minerales. La diversificación (y sofisticación)
productiva comprende varios aspectos:
1. El desarrollo
de nuevas actividades productivas más intensivas en trabajo, con mayor
incorporación de conocimiento, tecnología e innovación, y con mayores
encadenamientos productivos con otras actividades de la economía nacional.
2. El crecimiento
en número y tamaño de las pequeñas y medianas empresas de modo que puedan
absorber a los trabajadores auto-empleados y de microempresa de sobrevivencia.
3. Elevar la
productividad laboral, sobre todo en las actividades de agricultura, comercio y
servicios sociales y personales (que incluye las actividades turísticas).
4. Desarrollar el
mercado interno e integrar los mercados regionales y locales como primera
fuente de demanda para las nuevas actividades, las mayores pequeñas y medianas
empresas, la manufactura, el agro, el comercio y los servicios.
Pero esto podría
implementarse mediante una agresiva política industrial desde el Gobierno.
Mientras, la tarea parece ser fomentar la libre asociación de los pequeños
productores del campo y la ciudad en cooperativas o unidades productivas
asociativas o comunitarias. Un ejemplo exitoso de esta forma de producción lo
constituyen las cooperativas cafetaleras de Cusco, Junín, San Martín, entre
otras regiones. En la actualidad, el café constituye la principal exportación
agrícola del país, por encima de la uva, la palta, el espárrago, el arándano y
el mango. Esto muestra que es indispensable la asociación para incrementar la
productividad. En ausencia de fábricas y sindicatos, es de esperar que la conciencia
y la solidaridad entre los trabajadores surjan en las cooperativas y las
asociaciones de pequeños productores.
Notas
[1] J.
C. Mariátegui (1987). Defensa del Marxismo. Polémica Revolucionaria.
Decimotercera edición. Lima: Biblioteca Amauta.
[2] INEI
(2016). Perú: Evolución de los indicadores de empleo e ingresos por
departamento, 2004-2015. Lima: Instituto Nacional de Estadística e Informática.
Julio.
[3] “Diez
patologías y un síndrome de la economía peruana a 25 años de la implantación
del modelo neoliberal” (goo.gl/SjcBdx).
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