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17-08-2017
El
sociólogo alemán Wolfgang Streeck define la era postcapitalista como un
interregno inestable e ingobernable, en el que los individuos, abandonados a
su suerte, podrán ser golpeados por el desastre en cualquier momento
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¿Cómo terminará el capitalismo? Esto se pregunta el
sociólogo alemán Wolfgang Streeck en su último libro, How will capitalism
end?, Y su respuesta no es precisamente halagüeña: “Antes de que el
capitalismo se vaya al infierno, permanecerá en el limbo en el futuro próximo,
muerto o a punto de morir por una sobredosis de sí mismo pero todavía coleando,
pues nadie tendrá el poder para quitar de en medio su cuerpo en
descomposición”. Después del capitalismo, explica Streeck, vendrá un interregno
caracterizado por la inestabilidad y la ingobernabilidad, en el que los
individuos, abandonados a su suerte, podrán ser golpeados por el desastre en
cualquier momento.
Streeck era un oscuro profesor universitario hasta
que, a raíz de la Gran Recesión de finales de la década de los 2000, sus
artículos en la revista New Left Review empezaron a atraer a admiradores
por sus agudos análisis del nuevo mundo en que nos adentrábamos. El volumen How
will capitalism end? recoge estos artículos, en los que, de forma
clarividente y provocativa, el autor pone negro sobre blanco, con datos que
describen nuestra realidad y profundas reflexiones que nos ayudan a entenderla,
el sentimiento de desasosiego que nos ha atenazado en los últimos y tormentosos
años desde que todo se fue al carajo.
Streeck argumenta que el proceso de descomposición
del capitalismo ya está en curso. El capitalismo ‘avanzado’ (las sarcásticas
comillas son del autor) de los países de la OCDE ha ido tambaleándose de crisis
en crisis desde los años setenta del siglo pasado. Cada crisis, elemento
consustancial del sistema, se iba metiendo en un cajón, de modo que la solución
temporal que se encontraba acababa abriendo otro cajón en forma de otra crisis,
y así sucesivamente. La manta con la que los gobernantes han tenido que
maniobrar es demasiado corta: si intentaban taparse los pies de la economía,
con medidas impopulares exigidas por los técnicos, se destapaban el pecho de la
política, pues causaban el descontento del electorado. El desequilibrio entre
economía y política es intrínseco.
Desde 2008, afirma Streeck, vivimos en la última
etapa de esta secuencia de crisis. El estancamiento económico, la deuda y la
desigualdad –“los tres jinetes del apocalipsis del capitalismo contemporáneo”–
continúan devastando el paisaje económico y político. Hoy, el endeudamiento
conjunto es más alto que nunca y la ‘recuperación’ (otras irónicas comillas del
autor) no es más que la sustitución de desempleo por empleo de baja calidad.
En cuanto a la desigualdad sistémica, esta ha
alcanzado tal nivel, denuncia Streeck, que los más ricos pueden considerar, con
razón, que su destino se ha vuelto independiente del destino de las sociedades
de las que extraen su riqueza y que, por tanto, pueden permitirse dejar de
preocuparse por sus conciudadanos. Para mantener esta situación, los megarricos
utilizan diferentes estratagemas. Por ejemplo, compran legitimidad social
mediante actos de filantropía que en parte llenan los huecos en servicios
sociales que deja su propia evasión de impuestos.
Al mismo tiempo que la secuencia de crisis iba
avanzando, el matrimonio de conveniencia entre el capitalismo y la democracia
se iba deshaciendo. La toma de decisiones relativas a la distribución de
recursos escapó del ámbito de la acción colectiva hacia una esfera más remota y
opaca controlada por ejecutivos de bancos centrales, organizaciones internacionales
y reuniones intergubernamentales de ministros.
La viabilidad del modelo keynesiano que rigió en
las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, explica Streeck, dependía
del poder político y económico que los trabajadores eran capaces de ejercitar
en las economías nacionales más o menos cerradas de aquella época. Con el fin,
en los setenta, de esta época dorada de crecimiento, las clases pudientes
dependientes del beneficio empezaron a buscar una alternativa y la encontraron
en la globalización. El capital presionó para ir a un nuevo modelo de
crecimiento basado en la redistribución de abajo a arriba.
De este modo, continúa Streeck, empezó la marcha
hacia el neoliberalismo, como una rebelión del capital contra el keynesianismo.
Las menores tasas de crecimiento eran aceptables para los nuevos poderes
siempre y cuando fueran compensadas por mayores tasas de beneficio y una
distribución de recursos cada vez más desigual. La democracia se convirtió en
una amenaza para este nuevo modelo y por tanto tenía que ser desconectada de la
economía política. Así nació la “postdemocracia”, que Streeck caracteriza con
una frase genial: “ahora los Estados están situados dentro de los mercados, en
vez de los mercados dentro de los Estados”.
La industria financiera, al globalizarse, escapó
del control democrático, convirtiéndose en un gobierno privado internacional
por su cuenta, que mangonea a las comunidades políticas nacionales y a sus
gobiernos. Hoy, expone Streeck, la democracia puede ser concebida como una lucha
entre dos “electorados” –los ciudadanos de los Estados y los mercados
internacionales– en la que el poder del dinero está por encima del poder de los
votos.
La democracia, lamenta Streeck, ha perdido su
carácter redistributivo e igualitario, por lo que en importantes aspectos es
indiferente quién gobierne. Esta pseudodemocracia sirve para aparentar que la
sociedad capitalista es producto de la elección popular, cuando en realidad
hace tiempo que el control democrático ha desaparecido. Así, la ‘democracia’, vaciada
de contenido sustancial, se convierte en una sucesión de debates estériles
sobre los estilos de vida y características personales de los políticos y otras
cuestiones culturales.
La globalización, afirma Streeck, ha movido los
talleres clandestinos que Marx y Engels encontraron en Manchester a la
periferia del capitalismo. Así, hoy los trabajadores explotados del Sur global
y los trabajadores de clase media del Norte nunca tienen la oportunidad de
experimentar juntos el sentimiento de comunidad y solidaridad que nace de la
acción colectiva en común. Los explotados son objeto de caridad, como mucho,
mientras que el estilo de vida consumista de Occidente depende de que continúe
esta explotación. Al comprar camisetas o móviles baratos, los trabajadores de
los países ricos, como consumidores, están poniendo presión sobre ellos mismos
como productores, acelerando la deslocalización de la producción al extranjero
y de paso socavando sus propios salarios, condiciones de trabajo y empleos.
Mientras tanto, explica Streeck, la flexibilidad
creciente del mercado de trabajo ha sometido a los individuos a una presión
implacable para organizar sus vidas en función de las impredecibles demandas de
unos mercados cada vez más competitivos. El resultado es una polarización en
aumento entre unas masas de perdedores empobrecidos; unas clases medias
sobreexplotadas y absurdamente ocupadas, que se ven obligadas a aportar cada
vez más horas de trabajo y más intensas a pesar de disfrutar de una prosperidad
sin precedentes; y una pequeña élite de súper ricos cuya codicia no conoce
límites, mientras que sus bonus y dividendos hace ya mucho que dejaron de
cumplir cualquier función útil para la sociedad en su conjunto.
Para que este estado de cosas pueda sostenerse, el
sistema incentiva cuatro tipos de comportamientos que Streeck denomina coping
(enfrentar la adversidad con inacabables paciencia y optimismo), hoping
(creer de forma ilusa que a uno le espera un futuro mejor a pesar de las
circunstancias en las que uno se encuentra), doping (acudir a ayudas
externas como, por ejemplo, drogas) y shopping (ser un obediente miembro
de la sociedad consumista).
Una objeción razonable que se le puede poner al
análisis de Wolfgang Streeck es que se fija exclusivamente en los países más
desarrollados, obviando los tremendos avances que se han producido en las
últimas décadas en cuanto a la reducción de la pobreza extrema, la mortalidad
infantil o el analfabetismo a nivel global. Si bien es posible argumentar que
el mundo nunca ha estado mejor que ahora, el sufrimiento y la desesperación de
amplias capas de la población es innegable. El que las tesis de Streeck suenen
excesivas o no dependerá de la situación en la que se encuentre el lector, pero
exageradas o no, su inteligencia y coherencia son iluminadoras.
El libro se centra en el análisis de problemas más
que en la propuesta de soluciones. Sin embargo, Streeck apunta algunas ideas
para conseguir mejores condiciones de vida y de trabajo para la inmensa mayoría
de la gente. Por un lado, hace falta revitalizar el movimiento sindical. Por
otro, hacer más efectivos los impuestos sobre los ingresos y bienes de los
vencedores de la liberalización; los Estados no deberían tener que llevar a
cabo las funciones que les encomiendan sus ciudadanos en beneficio de la
sociedad a base de pedir dinero prestado, que luego ha de ser devuelto con
intereses a los prestamistas, que a su vez dejan sus riquezas en herencia a sus
hijos.
¿Y qué hacer para restaurar el papel de la
democracia como un correctivo eficaz del capitalismo? Streeck es muy escéptico
acerca de las posibilidades de gobernanza, cohesión social y solidaridad que
puedan conseguirse en una Europa supranacional (no digamos a una escala
mundial), por lo que aboga por, en lugar de tratar de extender el alcance de la
democracia para abarcar el de los mercados capitalistas, hacer lo posible para
reducir el ámbito de estos últimos para igualarlos al de aquella. Es decir,
para Streeck, la única manera de volver a someter el capitalismo al control
democrático, y por tanto salvarlo de la extinción, es “desglobalizándolo”.
Una última reflexión de Streeck sirve de conclusión
y de aviso a navegantes: las supuestas leyes naturales de la economía no son
sino proyecciones de relaciones sociales de poder, que se nos presentan como
necesidades técnicas. Si olvidamos esto, la economía capitalista se convierte
simplemente en “la economía” y la lucha social contra el capitalismo es
sustituida por una mera lucha política y jurídica por la democracia.
La democracia que tenemos no es suficiente si no
nos permite acabar con las injusticias de esta modalidad de capitalismo que
sufrimos.
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