Según
este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó
en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono,
los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada
deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver
con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de
los recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado,
los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con
los Estados de los países del noroeste de Latinoamérica.
por Thierry
Meyssan
Cuando los yihadistas atacaron su país,
en 2011, la reacción del presidente sirio Bachar al-Assad fue inversa
a la que se esperaba. En vez reforzar los poderes de los
servicios de seguridad, optó por reducirlos. Seis años más tarde,
su país está saliendo victorioso de la guerra imperialista más grande
que se haya visto –después de la desatada contra Vietnam.
Ese mismo tipo de agresión está teniendo lugar en Latinoamérica,
donde suscita una respuesta mucho más clásica. Thierry Meyssan expone
la diferencia de análisis y estrategia del presidente de Siria
–Bachar al-Assad–, por un lado, y los presidentes de Venezuela –Nicolás
Maduro– y de Bolivia –Evo Morales. No se trata de establecer una
especie de competencia entre estos líderes sino de llamarnos a ir más allá
de los esquemas políticos y a tener en cuenta la experiencia de las
guerras más recientes.
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 15 de agosto de 2017
En mayo de 2017, Thierry Meyssan explicaba en
Russia Today que las élites sudamericanas están cometiendo un grave error ante
el imperialismo estadounidense. En esta entrevista, Meyssan insiste en el
cambio de paradigma de los conflictos armados actuales y subraya
la necesidad de un radical replanteo sobre la manera de defender
la patria.
Sigue adelante la operación de desestabilización
contra Venezuela. En su fase inicial, grupúsculos violentos, que
realizaban manifestaciones contra el gobierno, asesinaron a simples
transeúntes, e incluso a personas que se habían unido a sus protestas
callejeras. En una segunda etapa, los grandes distribuidores de alimentos
provocaron un desabastecimiento en los supermercados. Posteriormente,
desertores de las fuerzas del orden realizaron ataques armados contra la sede
del ministerio del Interior y el Palacio de Justicia, llamaron a la rebelión y
pasaron a la clandestinidad.
La prensa internacional ha atribuido siempre al «régimen»
las muertes registradas durante las manifestaciones, aunque numerosas
grabaciones de video demuestran que son asesinatos perpetrados deliberadamente
por los propios manifestantes. Basándose en esa información falsa,
esa prensa califica al presidente Nicolás Maduro de «dictador»,
como lo hizo antes –hace 6 años– con el Guía libio Muammar el-Kadhafi
y con el presidente sirio Bachar al-Assad.
Estados Unidos ha utilizado la Organización de
Estados Americanos (OEA) contra el presidente Maduro, como mismo utilizó antes
la Liga Árabe contra el presidente Assad. Sin esperar a ser excluido
de la OEA, el gobierno de Venezuela denunció la maniobra y
se retiró de esa organización [1].
No obstante, el gobierno de Maduro ha sufrido
2 reveses:
- gran parte de sus electores no acudió a votar en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, permitiendo así que la oposición obtuviera la mayoría de los escaños en el Parlamento,
- y se dejó sorprender por la escasez artificialmente provocada de alimentos –a pesar de que una maniobra similar ya había tenido lugar en el pasado en Chile, contra el gobierno de Salvador Allende, y en la misma Venezuela, contra el presidente Hugo Chávez. Ante esa crisis, el gobierno necesitó varias semanas para implantar nuevos circuitos de abastecimiento.
Todo indica que el conflicto que está comenzando en
Venezuela no se limitará a las fronteras de ese país.
Es probable que abarque todo el noroeste de Sudamérica y el Caribe.
Se ha dado un paso adicional con el inicio de
preparativos militares contra Venezuela, Bolivia y Ecuador, desde México,
Colombia y lo que fue la Guayana británica. Esta coordinación
es obra del equipo de la antigua Oficina Estratégica para la Democracia
Global (Office of Global Democracy Strategy); unidad creada por el
presidente demócrata Bill Clinton y mantenida por el vicepresidente republicano
Dick Cheney y su hija Liz. La existencia de esa oficina fue
confirmada el actual director de la CIA, Mike Pompeo, lo cual llevó a
que la prensa, y posteriormente el propio presidente Trump, hablaran de
una opción militar estadounidense contra Venezuela.
Empeñado en salvar su país, el equipo del
presidente Maduro no ha querido seguir el ejemplo del presidente sirio
Assad. Según el análisis imperante en el seno de ese equipo, se trata
de situaciones completamente diferentes. Estados Unidos, principal
potencia capitalista, agrede a Venezuela para apoderarse de su petróleo, siguiendo
un esquema que ya se ha visto muchas veces en
3 continentes. Ese punto de vista acaba de verse reafirmado por
un reciente discurso del presidente boliviano Evo Morales.
Es importante recordar que el presidente
iraquí Saddam Hussein, en 2003, y el Guía Muammar el-Kadhafi,
en 2011, así como numerosos consejeros del presidente sirio Bachar
al-Assad razonaban de esa misma manera. Estimaban que Estados Unidos
agredía sucesivamente a Afganistán e Irak, y posteriormente a Túnez, Egipto,
Libia y Siria sólo para derrocar los regímenes que se resistían a
su imperialismo y controlar los recursos energéticos del Medio Oriente
ampliado, o Gran Medio Oriente. Son numerosos los autores
antiimperialistas que aún mantienen ese análisis, tratando, por ejemplo,
de explicar la guerra contra Siria con la interrupción del proyecto
de gasoducto qatarí.
Pero los hechos han echado abajo ese razonamiento.
El objetivo de Estados Unidos no era derrocar los gobiernos
progresistas –en los casos de Libia y Siria–, ni robar el petróleo y
el gas de la región sino destruir los Estados, hacer retroceder
sus pueblos a los tiempos de la prehistoria, a la época en que «el hombre
era el lobo del hombre».
Los derrocamientos sucesivos de Saddam Hussein y de
Muammar el-Kadhafi no dieron paso al restablecimiento de la paz.
Las guerras continuaron a pesar de la instalación de un gobierno de
ocupación en Irak y, en otros países de la región, de regímenes que
incluían a colaboradores del imperialismo completamente contrarios a la independencia
nacional. Esas guerras prosiguen actualmente, demostrando que Washington
y Londres no aspiraban simplemente a derrocar regímenes,
ni a defender la democracia sino a aplastar a los pueblos. Esta es
una constatación fundamental que modifica por completo nuestra comprensión
del imperialismo contemporáneo.
Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser
impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de
septiembre de 2001. Fue dada a conocer y se expuso
públicamente en marzo de 2003 –o sea justo antes de la guerra
contra Irak– en un artículo de la revista estadounidense Esquire,
y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map,
pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a
aplicarse.
Para el imperialismo se trata de dividir
el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del
sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas
que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir, zona
donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan
sin rendir cuentas a nadie.
Desde el siglo XVII y la guerra civil británica,
Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos. Thomas
Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado»
con tal de evitar el tormento que sería el caos. La noción
de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra
Mundial. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades
del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo
una parte del mundo en el infierno.
La experiencia del yihadismo en el Medio Oriente
ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.
Después de haber reaccionado ante los
acontecimientos de Deraa –en marzo y abril de 2011– como
se esperaba que lo hiciera, utilizando el ejército para
enfrentar a los yihadistas de la mezquita al-Omari, el presidente Assad
fue el primero en entender lo que estaba sucediendo. En vez de
reforzar los poderes de los servicios de seguridad para enfrentar la agresión
exterior, Assad puso en manos del pueblo los medios necesarios para
defender el país.
Comenzó por levantar el estado de emergencia,
disolvió los tribunal de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y
prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas
si con ello ponían en peligro las vidas de personas
inocentes.
Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica
de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser
atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy militar,
en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar
mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar
y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar
sin intervenir para evitarlo.
Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí
que Assad era un presidente débil con soldados demasiados leales y que
Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y
las fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta.
Al principio, sus soldados lucharon solos contra la agresión externa.
Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde
su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o
no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que
los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde
la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar
externa hasta que lograr que el imperialismo renunciara
por cansancio.
En segundo lugar, ante la invasión del país por un
sinnúmero de yihadistas provenientes de todos los países y poblaciones
musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Assad decidió
renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de
garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.
El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria
útil», o sea en las ciudades, dejando a los agresores
el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba
constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas
las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree
en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control
de los yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio
de esos elementos. Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que
los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un
oxímoron–, con abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias»
occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de
alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.
El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era
el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba
alimentación y protección, no los yihadistas.
El tercer factor es que el presidente Assad
explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué
manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente
la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la aprobación
del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una elección
democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones,
incluyendo –por supuesto– al presidente.
En aquel momento, los occidentales se burlaron de
la decisión del presidente Assad de convocar a elecciones en medio de
la guerra. Hoy en-día, todos los diplomáticos implicados en la
resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan
Assad.
A pesar de que los comandos yihadistas circulaban
por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos
hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Assad estimuló a
los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra. Assad garantizó
la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher el-Hajjar para
aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de
presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014.
A despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los
gobiernos occidentales, desafiando el terror yihadista, a pesar de
que millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores
respondieron al llamado de las urnas.
Por otro lado, desde el principio mismo del
conflicto, el presidente Assad creó un ministerio de Reconciliación
Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese
ministerio al presidente de un partido aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció
y concluyó más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos
que habían tomado las armas contra la República, muchos de los cuales
decidieron incluso convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.
A lo largo de esta guerra, y a pesar de
lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado
la tortura, el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas
coercitivas en contra de su propio pueblo. No ha instaurado
ni siquiera un reclutamiento masivo o un servicio militar
obligatorio. Todo joven tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus
obligaciones militares y una serie de pasos administrativos permite a
cualquier varón evitar el servicio militar si no desea defender
su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han realizado
esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con esas leyes.
A lo largo de 6 años, el presidente Assad ha
recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole
responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo
y protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se
ha ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy
cuenta con su activo respaldo.
Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la
situación de hoy la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por
una distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es
entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados.
La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y
a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos,
no es otra que defender la Patria o morir.
Los hechos así lo demuestran. El imperialismo
contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos
naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora
apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos
recursos ya explota hoy en día.
En esta nueva época de violencia, sólo la
estrategia de Assad permite mantenerse en pie y preservar
la libertad.
[1]
Algo similar sucedió ya, en 1962, cuando Washington montó en la OEA
una farsa diplomática contra el joven Gobierno Revolucionario de Cuba.
La Cuba revolucionaria se retiró entonces de la OEA y ha
rechazado varias veces reincorporarse a esa organización, que el entonces
ministro cubano de Exteriores Raúl Roa calificó de «ministerio
de colonias de Estados Unidos». Nota de la Red Voltaire.
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