02/08/2017
Insistir en debilitar
doctrinariamente a Maduro, colocando su filiación castrista y comunista
(dependencia de los cubanos) como eje propagandístico, opuesta a la libertad y
la democracia, contraria a la propiedad privada y al libre mercado.
Parte de la Operación “Venezuela
Freedom 2”, del Comando Sur de Estados Unidos
A modo de introducción
En Venezuela acaba de darse un triunfo popular: una
masiva elección donde la población se manifestó, una vez más, a favor del
proceso en curso. La Asamblea Nacional Constituyente recibió más de ocho
millones de votos de aprobación por parte del electorado. Es la décimo novena
oportunidad en que el pueblo chavista se impone en una elección democrática
sobre veintiún procesos electorales que han tenido lugar en estos años. La
oposición, una vez más, salió derrotada.
Pero quedarse solo con el triunfalismo de la
victoria, con las consignas chavistas y el festejo desbordante, no terminan de
aportar para lo que está en juego. Lo que hay que salvar es el proceso
bolivariano que, según se ha dicho, es el camino al socialismo. Allí es donde
me parece oportuno abrir una reflexión crítica.
Siendo absolutamente realistas (“Actuar con el
optimismo del corazón y con el pesimismo de la razón”, decía Antonio
Gramsci), la situación actual en Venezuela es complicada, y el futuro no se ve,
siendo veraces, muy luminoso. O, al menos, hay nubarrones que abren preguntas
preocupantes. De caer la Revolución Bolivariana, el golpe a los pueblos de
Latinoamérica, y seguramente del mundo, sería muy grande. Todo ello serviría a
la derecha para demostrar, complementando la caída del Muro de Berlín, la
imposibilidad de una opción socialista. En tal sentido, las palabras de
Margaret Tatcher serían incuestionables: “No hay alternativa”. O
capitalismo… ¡o capitalismo!
¡Pero sí hay alternativas! El socialismo, el poder
popular y una economía no centrada en el lucro de la empresa privada, sí son
posibles. En la República Bolivariana de Venezuela algo de ello comienza a
tomar forma. Pero aún resta mucho por caminar. Y en estos momentos, la
coyuntura nos muestra que es posible revertir los pasos dados, acercándonos (o
queriéndosenos acercar) más hacia el capitalismo que hacia el socialismo.
Pese al triunfo en la elección del 30 de julio, la
derecha tiene bastante a maltraer la Revolución. Esto hay que reconocerlo para
no errar el análisis, y consecuentemente, los caminos a seguir. La guerra
mediático-psicológico montada, y luego las acciones militares de baja
intensidad (las guarimbas), no podemos dejar de reconocer que están
resultando un duro golpe. ¿Es la Asamblea Nacional Constituyente la mejor, o la
única salida, al actual atolladero? Lo que sigue es un intento de reflexión
crítica en total apoyo al proceso bolivariano, y de ningún modo pretende tomar
el bochornoso discurso de la derecha que tilda al gobierno de “dictadura” y ve
en esta nueva instancia un fraude. Pero es necesario plantearse algunas dudas
razonables, justamente pare seguir caminando con claridad.
¿Qué está pasando en Venezuela?
En la República Bolivariana de Venezuela desde hace
18 años hay un proceso político nacional, popular, con tinte socialista, que
defiende sus propios recursos naturales. Es imprescindible saber que el país,
con un millón de kilómetros cuadrados de mar territorial y 2.394 km. de costa
firme sobre el Mar Caribe, es poseedor de las cinco fuentes principales de
energía natural: petróleo, gas, carbón, hidroelectricidad y solar. A lo que
habría que agregar la orimulsión. De hecho, contiene en su subsuelo las
reservas petroleras probadas más grandes del mundo: 300.000 millones de barriles
de petróleo, suficientes para 341 años de producción al ritmo actual. Además,
de sus entrañas surgen importantes recursos minerales, como hierro, bauxita,
coltán, niobio y torio. A lo que habría que agregar enormes yacimientos de oro
y de diamantes. Junto a ello hay que destacar que es el noveno país del mundo
en biodiversidad en su Amazonia (53.000 km2 de selvas tropicales)
–utilizable para la generación de medicamentos y alimentos– y décima-tercera
fuente de agua dulce (la enorme cuenca del Río Orinoco).
Todo ello es un botín que enormes corporaciones
multinacionales ansían, pero que el actual gobierno, iniciado con Hugo Chávez,
y con amplio apoyo popular en la actualidad, con el presidente Nicolás Maduro,
defienden en pro de un proyecto nacionalista y de profundo contenido social.
La renta petrolera, principal fuente de recursos
del país, desde que iniciara la Revolución Bolivariana, se ha volcado a
proyectos sociales de amplio beneficio para las grandes mayorías populares.
Salud, educación, viviendas, infraestructura básica, son grandes logros del
proceso político-social en curso. De ahí el decidido apoyo que recibe. Eso
choca con la apetencia de las gigantescas corporaciones petroleras
(Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, Royal Dutch Shell, British Petroleum, Conoco
Phillips, Total, Agip, Repsol) –y sus representantes locales: una extendida
burocracia tecno-petrolera que vivió en la opulencia durante buena parte del
siglo XX–, siempre a expensas de la mayoría de la clase trabajadora venezolana.
Algo de esto comenzó a cambiar con la llegada al poder del presidente Chávez y
su preconizado Socialismo del Siglo XXI. Por eso apareció la reacción.
Prácticamente desde que comenzara el gobierno de
Hugo Chávez, y más aún a partir de sus primeras medidas de corte nacionalista y
popular, la reacción (nacional e internacional) no se hizo esperar. Los
intentos de reversión del proceso fueron tan numerosos como ineficaces
(intentos de golpe de Estado, paro patronal, sabotaje petrolero, guerra
económica interna, violencia callejera, desacreditación mediática a nivel
global). Pero ahora, desde inicios del 2017, todo indicaría que la avanzada
para botar al gobierno de Maduro entró en una fase aparentemente decisiva. Ahí
está, al respecto, el “Plan para intervenir a Venezuela del Comando Sur de
Estados Unidos: Operación
Venezuela Freedom-2”. Ahí puede leerse, solo para ejemplificar, que: “Venezuela
se enfrenta ahora a la inestabilidad económica, social y política significativa
debido a la rampante violencia, la delincuencia y la pobreza, la inflación
galopante, la grave escasez de alimentos, medicinas y electricidad. Violaciones
de los derechos humanos por las fuerzas de seguridad y continuada mala gestión
del gobierno del país están contribuyendo a un ambiente de incertidumbre, y
grandes segmentos de la población dice que el país va por el camino equivocado.
Además, la caída de los precios del petróleo y el deterioro económico generan
condiciones que podrían llevar al gobierno venezolano a recortar los programas
de bienestar social y su política exterior como el programa de subsidio de
petróleo (Petrocaribe). Más recortes a los programas de bienestar social y la
continua escasez que parecen inevitables, podría prever un aumento de las
tensiones y las protestas violentas, fomentando el presidente Maduro y su
partido una ola represiva adicional, como medidas contra los manifestantes y la
oposición (…). Es indispensable destacar que la responsabilidad en la
elaboración, planeación y ejecución parcial (sobre todo en esta fase-2) de la
Operación Venezuela Freedom-2 en los actuales momentos descansa en nuestro
comando, pero el impulso de los conflictos y la generación de los diferentes
escenarios es tarea de las fuerzas aliadas de la MUD [Mesa de la Unidad
Democrática] involucradas en el Plan, por eso nosotros no asumiremos el
costo de una intervención armada en Venezuela, sino que emplearemos los
diversos recursos y medios para que la oposición pueda llevar adelante las
políticas para salir de Maduro.”
En otros términos: una estrategia de guerra
impulsada por Washington similar a la que se dio en otros puntos del mundo: Ucrania, Irak, Libia,
Siria. Es decir: manipulaciones y acciones varias que permiten derrotar al
gobierno de turno (en el caso de Siria no fue posible, dado el decidido apoyo
ruso), en función de un proyecto geo-hegemónico de la clase dominante de
Estados Unidos y de una oligarquía global, que es quien hoy fija buena parte de
las políticas del mundo. Países éstos acusados de ser “dictaduras” pero que,
casualmente, presentan grandes recursos naturales, petróleo en muchos casos,
apetecidos por aquellas corporaciones globales.
Todas estas estrategias, según formula una
estudiosa de asuntos internacionales como Ana Esther Ceceña, ya están
debidamente probadas en varios lugares, siendo altamente eficaces: “Métodos [terroristas
y desestabilizadores] han sido usados en Libia y Siria. Siempre aprovechando
y atizando las contradicciones ya existentes y llevándolas a un nivel de
confrontación absoluta, que propicia la introducción de fuerzas adicionales
(fuerzas especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o incluso de
bombardeos del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que garantizan el
acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros, puertos, pasos o
rutas). Generalmente estas intervenciones se combinan también con algunos
ataques estrepitosos y fragilizadores, como incendios de infraestructura básica
o de hospitales (maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación
de indefensión.”
Según algunas fuentes bien informadas, para el
segundo semestre del año en curso estaría planificada la eclosión del actual
gobierno de Venezuela. La violencia inducida que está viviendo el país desde
hace meses (con alrededor de 120 muertos ya), más la imagen mediática
presentada por doquier que muestra un caos generalizado, hambre y represión
sangrienta, productos todos ellos de una tiránica dictadura, recuerda el
escenario de los países antes aludidos.
En pocas palabras, el Plan estadounidense
contempla:
1. provocar
desabastecimiento de productos de primera necesidad
2. impulsar el
mercado negro
3. fomentar la
inflación
4. crear violencia
callejera con bastantes muertos
5. difundir
mundialmente una matriz mediática que muestre al país como un caos total
manejado por una dictadura sangrienta que hambrea a su población
6. inducir una
división tajante dentro de Venezuela entre chavismo y visceral antichavismo
7. buscar una guerra
civil
8. pedir airadamente
por todos los medios posibles (incluyendo la ONU y la OEA) una intervención
extranjera para “restablecer la democracia”, robada por la actual “dictadura”
9. no está escrito en
el plan, pero es el objetivo real: quedarse con las reservas petroleras.
Asamblea Nacional Constituyente
Ante este embate de la derecha, internacional y
vernácula, y ante el clima de violencia creciente que comienza a vivirse desde
febrero de este año, el presidente Nicolás Maduro convocó, el pasado 1° de
mayo, a la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente, “con la
finalidad primordial de garantizar la preservación de la paz del país ante las
circunstancias sociales, políticas y económicas actuales, en las que severas
amenazas internas y externas de factores antidemocráticos y de marcada postura
antipatria se ciernen sobre su orden constitucional”.
En el decreto emitido por el Poder Ejecutivo para
establecerla, se fija, entre otros puntos, lo siguiente: “1. La paz como
necesidad, derecho y anhelo de la nación, el proceso constituyente es una gran
convocatoria a un diálogo nacional para contener la escalada de violencia
política, mediante el reconocimiento político mutuo y de una reorganización del
Estado, que recupere el principio constitucional de cooperación entre los
poderes públicos (...) 2. El perfeccionamiento del sistema económico
nacional hacia (…) el nuevo modelo de la economía post petrolera, mixta,
productiva, diversificada, integradora, a partir de la creación de nuevos
instrumentos que dinamicen el desarrollo de las fuerzas productivas, así como
la instauración de un nuevo modelo de distribución transparente que satisfaga
plenamente las necesidades de abastecimiento de la población.”
Está claro que el objetivo fundamental de la
iniciativa es buscar una respuesta no-violenta a la violencia desatada por la
oposición, viabilizada básicamente por grupos de jóvenes (mercenarios según
pudo establecerse, entrenados por fuerzas militares y paramilitares
colombianas, que comenzaron a sembrar el terror ciudadano). El mensaje
dominante, desde el momento mismo en que se lanzó la idea de la Asamblea, fue
“fomentar la paz”.
Inmediatamente toda la derecha, de Venezuela y del
mundo, reaccionó estruendosa acusando de “proyecto dictatorial” la conformación
de dicha instancia. La crítica estriba en mostrar cada cosa que hace el
gobierno como un acto antidemocrático, nunca apegado a derecho, tiránico en
definitiva. Curiosa apreciación, porque en Venezuela cada acción del gobierno,
desde Chávez en adelante, se apega rigurosamente a la Constitución vigente. De
todos modos, la lucha política admite todo, y en la guerra (lo que se vive es
una guerra, decididamente, expresión al rojo vivo de la lucha de clases), la
verdad es siempre la primera víctima.
Ahora bien: en sentido estricto, la coyuntura no
hace necesaria la reformulación de la Carta Magna, a no ser que se lo hiciera
para una profundización real y efectiva del socialismo. Pero todo indica que la
estrategia es un emotivo, profundo y enfático llamado a la paz; la construcción
del socialismo sigue siendo algo relativamente pendiente. “El
perfeccionamiento del sistema económico” que propone, habla de economía
mixta (pública y privada). La nacionalización / expropiación de los medios de
producción es una tarea aún por realizarse. De ahí que lo que se ha dado en
llamar el chavismo
crítico abriera también una crítica a la convocatoria a una Asamblea
Nacional Constituyente. Entiendo que no, de ningún modo, para ponerse al lado
de la derecha (como hubo quien así lo interpretó), sino para profundizar la
genuina construcción del socialismo. Su pregunta, que entiendo no deja de ser
pertinente, apunta a clarificar esto: ¿qué viene luego de la Asamblea?
La crítica, si es constructiva, debe ser escuchada.
La derecha, de más está decirlo, no formula crítica sino visceral y frontal
ataque. ¡Es terrorismo! Pero si no se acepta la discusión franca, se corre el
riesgo de repetir los errores del socialismo real, el socialismo burocrático
soviético, por ejemplo. Y justamente la idea de Socialismo del Siglo XXI va de
la mano de una superación de ese tipo de autoritarismo.
¿Y ahora?
Lo primero a destacar es que la población
masivamente continúa siendo chavista. La derecha, pese a todos sus denodados
intentos de desestabilización, aún con su payasesco escenario de una supuesta
consulta popular días atrás, no consiguió la cantidad de votos que sí obtuvo el
pueblo chavista. La gran mayoría, aun desafiando el terrorismo desatado en
estos tiempos, aún pese a todas las amenazas recibidas, a la violencia
imperante, al furioso bombardeo mediático antichavista, dio una fenomenal
muestra de participación cívica.
Sin dudas que los beneficios de la renta petrolera
que ha traído el proceso bolivariano se aprecian. La mejora de la dieta, la
alfabetización, el millón y medio de viviendas otorgadas, la cultura popular al
alcance de todos, son todas medidas que, aún en medio de dificultades, la gente
valora. Por eso los más de ocho millones de votos diciendo sí a la Asamblea.
La acusación de fraude o de dictadura ante la
elección de este 30 de julio es ridícula y cae ante su propio peso. La derecha,
tanto local como global, no sabe cómo detener esa marea chavista. No hay dudas
que la revolución, pese al desabastecimiento, la inflación, la violencia
callejera montada últimamente y a toda la desacreditación de que es objeto, se
mantiene. La gente ansía la paz. El llamado a la Asamblea Nacional
Constituyente funciona como un mensaje político en favor de esa paz.
Ahora bien: la pregunta que se plantea
inmediatamente, y que sectores de izquierda, de ese llamado chavismo crítico,
sectores que están con el proceso y que siguen esperando la profundización de
las medidas revolucionarias, es básica: con esta Asamblea, con una posible nueva
Carta Magna, ¿se va de una vez hacia el socialismo? ¿Cómo se construye la paz
en medio de este atolladero que los planes de la derecha han creado?
Juan Martorano, por citar alguno de los estudiosos
del tema que reflexiona al respecto, lo formula de esta manera: “Ahora ante
esta Asamblea Nacional Constituyente, se le impone el reto a Nicolás Maduro y
al PSUV [Partido Socialista Unido de Venezuela] de constituirse en el
líder y en el partido que puedan hacer la Revolución Socialista y que ésta
adopte la senda de la irreversibilidad y del no retorno capitalista. (…)
En esta Asamblea Nacional Constituyente, estamos obligados a refundar el
Estado. Sin negar los avances de nuestra Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, aún impera, en buena medida, el modelo del Estado
Burgués, y ese modelo está totalmente agotado y ya no es viable en nuestro país.”
A esta violencia desatada por los planes
imperiales, secundados por la derecha local, no parece lo más idóneo
responderle con “laboratorios de paz”, tal como el presidente Maduro lo
formulara, con esta apelación al “amor”. Todo lo que la derecha está haciendo
constituye, lisa y llanamente, actos de terrorismo, de odio, de muerte. ¿Se responde
eso con paz y amor? ¿Los golpes se responden con flores? Cualquiera de estos
actos debe ser considerado terrorismo. Así de simple: lisa y llanamente,
terrorismo. ¿Cómo se le responde al terrorismo en cualquier latitud? ¿Con
flores? ¿Podemos creernos realmente que se está construyendo una alternativa
original, socialista quizá, por hacer que la Guardia Nacional se presente sin
armas ante las provocaciones terroristas? ¿No se pagará un precio demasiado
caro por ello? La instalación de la Asamblea y lo que vaya a salir de ella es
aún una incógnita. Preguntarse por eso, por lo que se elaborará, por la forma
en que se afianza la paz y una sociedad nueva, en definitiva: por la sociedad
socialista, no es exactamente fomentar ni la derecha ni la contrarrevolución.
Decían los romanos del Imperio que “si quieres
la paz, prepárate para la guerra”. Quizá esto pueda sonar a demasiado
“violento”, demasiado “contrario a la paz”, pero pareciera dar la impresión que
en Venezuela la revolución no termina de construir a rajatablas lo que se
entiende por socialismo. ¡Y el socialismo significa poder popular!, ¡verdadero
poder revolucionario! ¿El poder se construye con flores? Dicho casi
mordazmente: “si van a invadir, que invadan por algo, y no solo por el
petróleo”.
Insisto con la idea: estas son preguntas críticas
que intentan apoyar lo que se está edificando en Venezuela en tanto alternativa
a un país capitalista y consumista, donde por décadas su ícono dominante fueron
las Miss Universo y el “está barato, deme dos”. La apelación al amor y a
la ternura ante el ataque despiadado de la derecha no pareciera ser el mejor
camino para afianzar la auténtica transformación socialista, la profundización
de la revolución, el alejamiento del rentismo petrolero. O, al menos, abre dudas.
Si bien es absolutamente meritorio la realización
de una elección como la de los otros días y, en general, el clima de democracia
que se vive con más de una elección por año, la pregunta que debe formularse es
si el socialismo se agota en esos marcos, no muy distintos a cualquier
“democracia de libre mercado”, o debe apuntar a algo más, a la consolidación de
una democracia revolucionaria, de base. No hay dudas que eso es una pretensión
en la actual Venezuela, pero aún resta un buen trecho por caminar.
Rosa Luxemburgo, analizando la revolución
bolchevique de 1917, dijo: “No se puede mantener el “justo medio” en ninguna
revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora
avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae
arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su
caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de
camino, arrojándolos al abismo”. Otro tanto podríamos decir respecto a la
República Bolivariana de Venezuela, símbolo actual de la Patria Grande
Latinoamericana. ¡O avanzamos de una buena vez hacia el socialismo!..., o
inexorablemente caemos.
Hay una queja interminable sobre la situación
económica, viendo cómo la derecha hace negocios (los bancos nunca ganaron tanto
dinero como en estos años, ni siquiera durante la IV República), protestando
por el dólar paralelo con el que asfixian la economía de la revolución. Pero si
coexisten (tan alegremente, podríamos decir) dos modelos antagónicos como
capital privado y planteo socialista, ¿no se está casi absolutamente en manos
de esos capitales? ¿Cuándo se profundizan las medidas socialistas? Y
profundizarlas quiere decir: ¡profundizarlas! ¿Saldrá ese nuevo producto
superador de la Asamblea?
Quizá esta cierta lentitud que vemos en la
implementación del socialismo se deba a la forma misma en que nació todo este
proceso: no fue la revolución de abajo, del pobrerío que salió a tomar el país,
sino que vino de arriba, como proceso cupular. Un día apareció Chávez hablando
de socialismo, y nos enteramos que íbamos rumbo al socialismo del Siglo XXI.
Así nació, y esa fue la marca de origen: de arriba hacia abajo. Pero luego la
población (ese pobrerío siempre excluido) salió a rescatar al líder cuando el
golpe de Estado, y comenzó la construcción del proceso que ahora se vive. Esa
marca, quizá, dejó huellas indelebles: es un proceso tal vez demasiado centrado
en la figura de un líder. Poder popular es algo más que una consigna escrita en
una pared, que una marcha multitudinaria, que un funeral atorado de gente que
llora a su presidente muerto. Poder popular (¡la savia del socialismo!, ¡¡la
verdadera savia del socialismo, junto a la economía no basada en el lucro
empresarial!!) es más que ganar masivamente las elecciones (que no dejan de ser
un mecanismo de la institucionalidad capitalista).
La Asamblea Nacional Constituyente puede ser una
buena oportunidad para dar ese salto. Haber ganado, una vez más, una elección
no significa que el socialismo ya está instalado. No debe olvidarse que la
guerra está al rojo vivo, y un llamado a la paz no necesariamente tranquiliza a
los tiburones que acechan. En todo caso, la paz hay que construirla y
asegurarla con algo más que buenas intenciones. De momento las fuerzas armadas
parecen una garantía. ¿Habrá ya quintacolumnas esperando el momento?
Seguramente sí.
Sin el más mínimo ánimo de ser aguafiestas y
empañar la celebración del triunfo popular del pasado domingo, la pregunta de
¿hacia dónde va el proceso? es absolutamente válida. Más aún: es
imprescindible.
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