António Louçã
Historiador y periodista
portugués. Autor del programa “País em Memória” en la red de televisión pública
RTV Memória. Autor de varios libros; entre ellos, Negócios com os
Nazis. Ouro e outras pilhagems (1997), Hitler e Salazar.
Comércio em tempos de guerra (2000) y Conspiradores e
traficantes. Portugal no tráfico de armas e de divisas nos anos do nazismo.
1933-1945 (2005).
En los últimos meses de 1922 y los primeros de
1923, Trotsky y Lenin convergieron para combatir la burocratización del poder
soviético. No se trató de una convergencia basada en equívocos, se asentaba
realmente en el empeño común de enfrentar una tendencia “termidoriana”, según
la denominaría Trotsky. Los dos dirigentes de Octubre eran aliados naturales
para el nuevo combate que despuntaba en el horizonte. Lenin, fue el
precursor de la Oposición de Izquierda en 1922; y Trotsky fue quien la dirigió
desde 1923 hasta su finalización. Pero la constatación no autoriza escenarios
anacrónicos ni contra fácticos: la Oposición de Izquierda fue una oposición sin
Lenin. En las páginas siguientes, trataremos de identificar lo que de
específico tenía la contribución de Lenin al combate naciente, de dónde
provenía esa especificidad leninista y qué relación tenía con la política de la
Oposición tal y como después se definió.
¿Quién
hace la revolución?
Mucha
agua corrió bajo los puentes desde el primer texto importante –datado en 1894–
del fundador del bolchevismo hasta lo que Moshe Lewin llamó El último
combate de Lenin. Pero en las tres décadas que duró la vida política de
Lenin, plena de dramáticos virajes, hay más continuidad de la que puede sugerir
la espectacularidad de algunos “cortes epistemológicos” intensamente debatidos
por muy diversos marxólogos y sovietólogos.
En la bisagra
entre dos siglos, Lenin toma como punto de partida el atraso ruso y encara las
necesarias transformaciones con una visión cada vez más audaz y original.
Considera necesaria una revolución burguesa y afirma la viabilidad de la misma.
Contra lo que sugieren las apariencias, Rusia, baluarte de la reacción europea,
es un eslabón débil. El punto crítico en el que podrá quebrarse la cadena. Pero
la revolución burguesa que se aproxima no será impulsada por la burguesía. Las
coordenadas de tiempo y espacio impiden una remake de la revolución
francesa de 1789-1794. La atrofiada burguesía rusa no asumirá la iniciativa de
derrocar la autocracia zarista. La paradoja –una revolución burguesa abandonada
por la burguesía– plantea el interrogante de qué sujeto social habrá de
llevarla a cabo.
En agosto
de 1905, en plena revolución, Lenin da una primera respuesta al interrogante
sobre el sujeto social en el libro Dos tácticas de la socialdemocracia:
la revolución burguesa deberá ser llevada a cabo por una alianza del proletariado
y del campesinado que ejerza una dictadura de características propias. Ya
entonces Lenin llega a admitir, ocasionalmente, que la “dictadura democrática”
instaurada por esta alianza tendrá repercusiones en el tipo de revolución por
hacer. Si la burguesía no cumple su papel, y quien lo cumple es una amplia
alianza popular, estará entonces iniciándose una “revolución ininterrumpida”,
que rápidamente irá más allá de la jornada de ocho horas diarias o de la
abolición de la monarquía.
Cuán
lejos podrá avanzar, y cuanto tendrá en común con las aspiraciones socialistas
del proletariado europeo –eso depende, principalmente, de que también se inicie
un proceso revolucionario en las más modernas potencias industriales. Lenin no
hace del atraso ruso una ley de bronce que impide que el país marche por la vía
socialista. Si –pero éste es un gran “si”– el estallido de la revolución
rusa es seguido por un efecto dominó en las potencias europeas, Rusia no
quedará fuera del proceso internacional de construcción del socialismo.
Trotsky
más tarde evocará la fórmula leninista de “dictadura democrática del
proletariado y del campesinado” considerándola “algebraica”, porque en ella se
mantenía una gran incógnita: el comportamiento del campesinado. Ya en 1905
Trotsky estimaba innecesaria la prudencia “algebraica” pues considera al
comportamiento del campesinado un valor conocido y no una incógnita. En la
teoría trotskista de revolución permanente, el campesinado no es un sujeto
autónomo y termina forzosamente por seguir a una de las dos clases
fundamentales: al proletariado o a la burguesía. Por lo tanto, la alianza
obrero-campesino solo tiene futuro si el proletariado asume en ella un papel
dirigente. Cumplida tal condición, Trotsky considera inevitable que se ponga en
el orden del día tareas socialistas y, a diferencia de Lenin, no las condiciona
enteramente a lo que suceda en Europa: un gobierno proletario, por su misma
naturaleza, inevitablemente cuestionará la propiedad burguesa. Del contexto
internacional dependerá el éxito del proceso socialista así iniciado, pero no
su desencadenamiento.
El rumbo
socialista previsto por Trotsky no es consecuencia obvia y automática de la
teoría de revolución permanente. Alexander Israel Helfand, alias Parvus,
coautor de la teoría, en este aspecto discrepaba con Trotsky. Para él, la
deseable hegemonía proletaria en la alianza con el campesinado no llevaría
inevitablemente a que el proletariado superase los límites de una revolución
definida como democrático-burguesa. Parvus admitía que el gobierno proletario
podría desempeñar un papel reformista, como gestor del capitalismo, y ponía
incluso al laborismo australiano como posible ejemplo de gobierno proletario.
En los
años que siguieron, Lenin polemizará contra Trotsky sobre temas diversos, pero
no sobre la teoría de revolución permanente, en parte por la buena razón de que
no había leído en su momento el libro que su joven adversario escribiera en la
cárcel.[1] Pero la
abstinencia polémica, nada común en Lenin, no puede atribuirse solo a las
dificultades para obtener un ejemplar de Balance y perspectivas. El
hecho es que el dirigente bolchevique ya entonces comienza a tener más acuerdo
con la visión estratégica de Trotsky de lo que parece indicar su mutua
hostilidad.
¿El
socialismo, destino del proletariado?
Al trauma
del “ensayo general” de 1905, con la defección de la burguesía, sigue el trauma
de la guerra de 1914-1918, con la defección de la socialdemocracia. La pequeña
corriente internacionalista sufre el choque de descubrirse minoritaria y
aislada en sus respectivos países. En los primeros días, vive un tiempo de
desesperación y crisis existenciales: Rosa Luxemburgo, enviando por telégrafo
convocatorias que nadie quiere recibir; Lenin, suponiendo que la noticia del
voto socialdemócrata en favor de los créditos de guerra solo podía ser un
montaje del Estado mayor alemán.
Los
biógrafos de Lenin señalan también, oscilando entre la perplejidad y la
malicia, que justo en ese momento de descalabro universal el dirigente
bolchevique decidió dedicarse durante varios meses al estudio de la Lógica
de Hegel. En general, los cuadernos con las notas de lectura de tal estudio
evidencian una revaloración de la dialéctica: Lenin cambió mucho desde los
tiempos de Materialismo y empiriocriticismo. Pero la manifestación
exterior de esta evolución no es para nada filosófica: a diferencia de la obra
polémica y plejanovista contra Bogdanov, estos cuadernos no están destinados a
la publicación... Y al regresar del exilio suizo en 1917 para zambullirse en el
torbellino revolucionario de Rusia, Lenin enfrenta decididamente a los viejos
bolcheviques que se aferraban a la fórmula de alianza obrero-campesinas como
pretexto para adoptar una actitud conciliadora frente al gobierno provisorio.
En las Tesis
de Abril, advierte que la alianza entre el proletariado y el campesinado
está adoptando la forma nada satisfactoria de un mero contrapoder soviético,
resignado a cohabitar con un gobierno burgués. Para las Tesis de Abril,
asimismo, la alianza entre proletariado y campesinado ya no debe limitarse a
una convergencia entre fuerzas más o menos equivalentes. Es cierto que los
campesinos ávidos de tierra lanzan sin demora un movimiento de ocupaciones. Y
es cierto que los soldados, mayoritariamente de origen campesino, se ponen
inmediatamente a “clavar las bayonetas en la tierra”, iniciando sin pérdida de
tiempo la confraternización con el enemigo. Pero ni los soviets de campesinos,
ni los de los soldados, tienen suficiente consistencia y estructuración como
para llegar a ser columna vertebral de un nuevo gobierno. Una segunda
revolución solo tendrá lugar si es dirigida por el proletariado. “Todo el poder
a los soviets” sigue siendo la consigna de una alianza, pero de ahora en más se
trata de una alianza desigual y asimétrica, hegemonizada por el proletariado.
En su segunda fase, dicen las Tesis, la revolución “debe poner el poder
en las manos del proletariado y los sectores más pobres del campesinado”
(Lenin, 1958: 12). Subsiste el problema de las tareas a cumplir por ese poder
–su “agenda”, como modernamente se dice. Aquí, las Tesis se tornan más
circunspectas: preconizan la nacionalización de la tierra y su entrega a los
soviets campesinos, la nacionalización y fusión de los bancos, la disolución de
la policía, del ejército y de la burocracia, la convocatoria de elecciones
constituyentes y, sobre todo, la negativa a continuar una guerra encubierta con
la ideología de “defensa de la revolución”.
El marco
general continúa siendo, en el fondo, el de una revolución democrática, pese a
que el protagonismo del proletariado le confiera un cuño especialmente radical.
Las Tesis asumen claramente esta limitación: “No es nuestra tarea
inmediata ‘introducir’ el socialismo, sino tan solo poner la producción y
distribución de los productos inmediatamente bajo el control de los soviets de
diputados obreros” (ídem).La Conferencia bolchevique de Petrogrado, el 5 de
mayo del calendario occidental, y la Conferencia bolchevique de toda Rusia, dos
días después, confirmarán que por el momento no se trata de injertar el
socialismo en un país mayoritariamente campesino.
Trotsky
estaba mientras tanto en camino hacia Rusia, regresando del exilio en Canadá
–una travesía más lenta y más accidentada que la del “vagón blindado” de Lenin.
Cundo llega, el 7 de mayo, encontrará ya resuelta la crisis bolchevique y las Tesis
de Abril aprobadas por el partido. La lucha es por el poder de los soviets
bajo dirección del proletariado. Trotsky ve, por tanto, adoptada una de sus
ideas fundamentales y tiene con eso sobrados motivos para adherir al
bolchevismo.
En cuanto
al programa a aplicar por el poder de los soviets, Trotsky no puede dejar de
encontrar excesivamente prudentes las referencias al socialismo por parte de
las Tesis y las dos Conferencias partidarias. Pero no tiene motivo
alguno para sospechar que esa prudencia pueda confundirse con las antiguas
divagaciones de Parvus sobre un gobierno obrero de tipo australiano. Y tiene,
por el contrario, muchos motivos para esperar que, otra vez, la realidad
dinámica de la revolución llene con un valor preciso la incógnita del “álgebra”
bolchevique.
Efectivamente,
en los meses inmediatamente posteriores a la revolución de Octubre, a pesar de
la notoria circunspección del gobierno soviético en lo referido a la
nacionalización de empresas, se desencadena una dinámica imparable, creada por
los mismos capitalistas al abandonar, cerrar o descapitalizar las empresas. De
las 500 empresas nacionalizadas hasta junio de 1918, 400 lo son por presión de
“iniciativas locales que el gobierno central intentara, vanamente, trabar o
canalizar” (Liebman, 1976: 17). Y poco después, al iniciarse la Guerra Civil,
así como la deserción patronal había precipitado las expropiaciones de
empresas, también la envergadura de la contrarrevolución favoreció la adopción
del “comunismo de guerra” y las requisiciones de cereales.
Lenin,
sobre todo a causa de las circunstancias, Trotsky, sobre todo a causa de sus
convicciones programáticas, pero lo cierto es que ambos están sólidamente
unidos en torno a la política de nacionalizaciones y requisiciones. Pero
existen matices importantes en la fundamentación del consenso. Cada uno de
ellos tiene su propia unidad de referencia para establecer si se avanza o no,
camino al socialismo. Trotsky, ve en las nacionalizaciones de la propiedad
burguesa un indicador decisivo sobre el rumbo socialista de la revolución.
Lenin, por su lado, confía más en los indicadores que son la iniciativa,
actividad y autoorganización de las masas.
¿Autodisolución
del Estado o fortalecimiento del Estado?
Antes
incluso de la toma del poder, en el verano de 1917, con su cabeza puesta a
precio y obligado a refugiarse en Finlandia, Lenin había escrito El Estado y
la Revolución, un libro clásico que, por fuerza de las circunstancias,
quedó inconcluso. Allí reflexiona extensamente sobre la experiencia de la
Comuna de París y postula para el Estado soviético un camino de auto disolución
gradual que solo tiene sentido en tanto se esté en camino al socialismo.
La verdad
es que El Estado y la Revolución –para muchos un paréntesis “anarquista”
en la obra de Lenin– fue, en tanto profecía, un fracaso. Pocos meses después,
con la Guerra Civil extendiéndose como mancha de aceite por toda Rusia, el
Estado soviético seguía ya un camino diametralmente opuesto al que indicara El
Estado y la Revolución: más coerción, más aparato militar y más represión
policial contra las fuerzas de la restauración. El contraste es tan estrepitoso
que un autor como Darioush Karin[2] cree ver en la
posterior práctica bolchevique una prueba de la caducidad de El Estado y la
Revolución.
Ocurre
que con la Guerra Civil, se instala una paradoja: el régimen soviético parece
alejarse del socialismo, a fuer de la política cada vez más autoritaria que
considera necesario aplicar; y parece aproximarse al socialismo, a fuer de las
crecientes incursiones que la misma realidad lo empuja a hacer contra la
propiedad privada. ¿En definitiva, se aleja o se aproxima?
Por otro
lado, la dualidad criterios entre Lenin y Trotsky no es rígida. En
contradicción con lo que sostuviera en El Estado y la Revolución, Lenin
tendrá un papel decisivo en la liquidación del control obrero, afirmando la
autoridad ejecutiva en las empresas, o en hacer aprobar la suspensión del
derecho de tendencia en el X Congreso del PC (b) –entre otras medidas de la
dictadura bolchevique. Inversamente, será Trotsky el primero en presentar, en
un discurso de febrero de 1920, propuestas dirigidas a suavizar los rigores del
“comunismo de guerra”, mediante la abolición de las requisiciones de productos
agrícolas sustituyéndolas por un impuesto en especie. Vaticina, en tal
circunstancia, que la economía soviética deberá ser una economía mixta, durante
una transición al socialismo que durará previsiblemente muchos años. Sin darle
aún nombre, el discurso de Trotsky preanuncia ya la “Nueva Política
Económica” (NEP). Pero se adelantó demasiado, y fue rechazado. Sin embargo,
es significativo el viraje de 180° dado entonces por Trotsky, que se conformó
rápidamente con el revés. El viraje es especialmente visible en el cargo que
asume al mes siguiente: la conducción del Comisariado de los Transportes, junto
con el Comisariado de la Defensa. Generalizando los criterios aplicados en el
área de los Transportes, Trotsky defiende entonces el trabajo obligatorio y la
intervención del Estado en los sindicatos, hasta el punto de pasar a designar
sus dirigentes, sin elección. Y generaliza también el programa de recuperación
del transporte ferroviario, como un globo de ensayo para los Planes
Quinquenales –el primero, previsto para cuatro años y medio; los segundos, en
teoría, para cinco años. En correspondencia con esta visión, Trotsky preconiza
el otorgamiento de amplios poderes a la Comisión del Plan (Gosplan).
Inicialmente,
Lenin aprueba en general la militarización de los transportes y apoya a Trotsky
en el IX Congreso del partido (marzo-abril de 1920). Pero rápidamente el
aumento de las críticas y presiones sociales contra la política de
militarización del trabajo llevará al borde de la ruptura al “duunvirato” entre
los dos máximos dirigentes de la revolución de Octubre.
Ante esta
ola de fondo Trotsky reacciona defensivamente y replica que la política de
militarización del trabajo está legitimada por el carácter del Estado ruso
nacido de la revolución –un “Estado obrero”, según lo denomina. Lenin, por el
contrario, se aproxima a los críticos y, en el X Congreso del partido (marzo de
1921), contribuye a la derrota, por amplia mayoría, de la política de Trotsky.
Retoma las ideas que el mismo Trotsky había sugerido un año antes, logra la
abolición de las requisiciones y su reemplazo por el impuesto en especie –en
una palabra, la aprobación de la NEP. Dentro de determinadas condiciones, se abre
la puerta al resurgimiento de la producción mercantil en el campo.
El
académico furiosamente anti leninista que es Orlando Figes, captó el sentido
del X Congreso haciendo una curiosa diferenciación, que atribuye al sentido
común campesino, entre el bolchevismo de Lenin y el comunismo de Trotsky. Según
su descripción, …los
campesinos creían que “Lenin” y los “bolcheviques” les habían traído la paz,
les habían permitido ocupar las tierras de la oligarquía, vender sus productos
libremente en el mercado y gobernar las comunidades locales por medio de sus
propios soviets. Por otro lado, creían que “Trotsky” y los “comunistas” habían
traído la Guerra Civil, les habían sacado las tierras de la oligarquía para
hacer en ellas granjas colectivas, habían prohibido el comercio libre con las
requisiciones y habían usurpado sus soviets locales” (Figes, 1996: 716).
El debate
tuvo también implicaciones teóricas significativas: el Estado, dice Lenin
respondiendo a Trotsky, no es realmente “obrero” –sino, como mucho, “obrero y
campesino”, con el agravante de una acentuada deformación burocrática. Las
concepciones de El Estado y la Revolución, pese a no ser directamente
invocadas, dan pruebas de vitalidad en medio de la polémica. No se trataba,
finalmente, de una aberración “anarquista”, ni de un desvarío “utopista” de
Lenin, ni tampoco como sostiene Carrère d’Encausse un cínico camuflaje para
preparar la toma del poder, sino de una brújula para establecer en qué punto se
encuentra la revolución y hacia dónde se dirige.
Si el Estado
no camina hacia su autodisolución, la sociedad no está entonces caminando hacia
el socialismo. Y, dado que ni la más enérgica dictadura proletaria puede
imponer el socialismo por decreto, es forzoso constatar que la NEP constituye
un retroceso que consiste por un lado en concesiones al campesinado y, por
otro, al capitalismo de Estado.
En el
plano programático, el retroceso nos lleva de vuelta a las Tesis de Abril:
el poder del proletariado, después de haber realizado la más radical revolución
burguesa de todos los tiempos, y haber iniciado un proceso que ya no entra en
esa clasificación esquemática, debe ahora dirigir, encaminar y controlar la
revolución que realmente existe. Con la adopción de la NEP, se cancela la
veleidad de transitar hacia el socialismo haciendo escala en el “comunismo de
guerra”[3]. Y diríase que
también se disipa la apariencia de la adhesión –nunca formalmente declarada– de
Lenin a la teoría de revolución permanente, con su encadenamiento de tareas
democráticas y socialistas bajo la dirección del proletariado.
En
verdad, las referencias de Lenin a la revolución rusa como “socialista” no se
basaban tanto en el radicalismo con que era cuestionada la propiedad privada,
como en las expectativas puestas en los diversos procesos revolucionarios que
estaban en curso más allá de la frontera, sobre todo el futuro de Alemania, aún
por definir. La crisis revolucionaria aguda que se abriera tras el putch
derechista de Kapp-Lüttwitz (marzo de 1920) fue el punto culminante de la
Revolución Alemana. Después de esa crisis, y de los reveses rusos en la guerra
contra Polonia (octubre de 1920), Lenin comienza a elaborar la política rusa
sin contar con un desenlace alemán favorable, al menos a corto plazo.
Un
desencuentro: el fin de Lenin y el comienzo de la oposición
El 26 de
mayo de 1922, Lenin sufre el primer ataque de la enfermedad que terminaría con
su vida. La NEP tiene entonces poco más de un año de vigencia formal y unos
ocho meses de vigencia real. Desde entonces, hasta la crisis que
definitivamente incapacita a Lenin, transcurrirán cerca de 10 meses, que han
sido objeto de atentas reconstituciones, paso a paso, que no retomaremos aquí.
Pero resultará útil lanzar una mirada a los temas que ocuparon al dirigente
bolchevique y después, muy brevemente, a la relación que esa actividad tiene
con la Oposición de Izquierda de la década siguiente
La
cuestión georgiana fue sin duda la más apremiante en la agenda del líder
enfermo. Después de haber comenzado defendiendo a Stalin y Ordzkhonikidze
contra las duras críticas de los comunistas georgianos, Lenin descubre toda la
magnitud y el significado de la cuestión. Al descubrirla dicta, el 30 de
diciembre de 1922, un texto dramático, reprochándose así mismo por no haber
intervenido “enérgicamente” contra la arquitectura de la república rusa
proyectada por Stalin. En ese momento, Lenin cambia radicalmente de posición
sobre la cuestión de Georgia. Y cambia de posición, también, en general, sobre
las relaciones con las diversas repúblicas soviéticas, sobre el significado de
la autodeterminación nacional y sobre el carácter que debe tener la entidad
supraestatal constituida por esas repúblicas.
En cierto
modo, Lenin retoma entonces un método “algebraico”: solo si la construcción del
socialismo estuviese ya encaminada, el Estado soviético ofrecería a las
pequeñas naciones ventajas tales como para que ellas pudiesen abdicar
naturalmente de sus derechos nacionales en favor de otros nuevos, adquiridos en
el seno de una comunidad más amplia. Pero, el dirigente bolchevique comienza
mientras tanto a intuir que la revolución va por mal camino. Por eso –y para
dar a los pueblos asiáticos en ebullición pruebas prácticas de respeto por el
derecho de autodeterminación– se empeña en combatir la idea de adhesión de las
repúblicas soviéticas a una República Rusa.
Como
alternativa, pasa a preconizar acuerdos con cada una de esas repúblicas para
constituir una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de Europa y de Asia.
En la Unión, solo debe entrar quien quiera y cualquiera deberá poder salir en
cuanto así lo desee[4]. A los
iniciales derechos autonómicos que Stalin quiere atribuir a la República,
contrapone Lenin un verdadero y amplio derecho de autodeterminación. En el
Politburó, el aún consigue imponer su punto de vista, que quedará consagrado en
el papel, pero siempre como letra muerta.
Pero
Lenin ya entonces desconfía que el simple derecho de las repúblicas a separarse
de la Unión pueda convertirse en una formalidad vacía y propone darle
concreción en preceptos constitucionales, para que sean sometidos al Congreso
de los Soviets. El más significativo es la reducción de las atribuciones del
poder central de la URSS: deberán consistir solamente en la definición de la
política exterior y la política militar. En Moscú deberán quedar solo dos
Comisariados del Pueblo de toda la URSS: el de Relaciones Exteriores y el de
Defensa. Las demás orientaciones políticas deberán quedar a cargo de cada
república. Siendo la política económica uno de esos aspectos, puede concluirse
que, para el futuro próximo, Lenin está dispuesto a abdicar de la planificación
económica en respeto a la soberanía de las pequeñas naciones.
Por otro
lado, las evidencias que salieron a la luz del día con la cuestión georgiana
fortalecen su sospecha de que el abuso de poder sobre una pequeña república es
solo una expresión de las prepotencias que se extienden a todos los niveles.
Quien se decida a luchar contra el chauvinismo gran-ruso estará, como destaca
Moshe Lewin, emprendiendo un verdadero combate para amoldar “el alma de la
dictadura”. El abuso ruso de poder es hijo directo de una hidra que viene de
los tiempos del zarismo, renacida en las difíciles condiciones de ciudades
despobladas, la industria paralizada, del proletariado diezmado –la hidra
burocrática.
Lenin
continúa viendo en la burocracia un resabio del zarismo. En este aspecto, está
por detrás de Bujarin, que ya entonces denunciaba acaloradamente la amenaza de
un “Estado-Leviatán”, y atrás de Trotsky, que ya va viendo en la burocracia un
producto soviético post revolucionario. Pero, en términos prácticos, él va más
allá de todos los demás y busca desesperadamente medidas que frenen el
desarrollo de la burocracia, más allá del “incidente georgiano” y de la
cuestión nacional[5].
Paralelamente,
Lenin haciendo una revisión de los organismos soviéticos, detecta quienes
personifican las tendencias más retrógradas y quiénes podrían dar cuerpo a las
más progresivas. Por eso decide combatir al Rabkrin, tiempo atrás la
niña de los ojos de Stalin, y al Orgburó, su más actual instrumento; en
un texto escrito el 31 de diciembre señala la responsabilidad política de
Stalin y Dzerzhinski por el “incidente georgiano”, y reclama un castigo
ejemplar contra su amigo personal Orzhonikidze, por una agresión cometida
durante los acalorados debates en Tiflis.
En ese
momento, la mayoría aún subestima a Stalin. Los otros dos triunviros con los
que comparte el poder, Kamenev y Zinoviev, suponen que podrán usarlo como
aliado descartable. Trotsky lo considera un ejecutivo relativamente
insignificante y supone que puede disculparlo, incluso cuando lo tiene a su
merced. Por el contrario, Lenin que había puesto a Stalin en el cargo de
Secretario General, es el primero en percibir con claridad, ya en su famoso
documento del 24 de diciembre de 1922[6], el exceso de
poder que se concentra en las manos de un hombre al que ha pasado a considerar
brutal, desleal, grosero y caprichoso. Y, en un agregado dictado 4 de enero de
1923, recomienda que se remueva a Stalin del puesto de Secretario General.
Por otro
lado, Lenin identifica a potenciales aliados y lucha denodadamente para
atraerlos al combate. Aprovechando las ocasiones, va rompiendo el cerco de
médicos y secretarias que Stalin montó a su alrededor. Cuenta con la
complicidad de Krupskaia y también, en ocasiones, de las mismas secretarias.
Aprovecha esas complicidades para hacer llegar a los comunistas georgianos un
mensaje de solidaridad y para pedir a Trotsky que asuma la causa georgiana
frente al partido.
El
duunvirato Lenin-Trotsky, que se rompiera en la polémica sobre los sindicatos,
había sido mientras tanto sustituido en el poder por el triunvirato
Stalin-Kamenev-Zinoviev. La alianza entre Lenin y Trotsky ahora solo puede
reconstituirse como célula conspirativa. Y esto, sin ninguna duda, por
iniciativa de Lenin. Éste da un paso de acercamiento proponiendo que Trotsky
asuma el cargo de Vicepresidente de gobierno. Rechazando la sugestión, Trotsky
arruina el intento reconciliatorio. Pero Lenin, incluso estando encerrado en su
casa, monta un verdadero cerco de propuestas en torno al fundador del Ejército
Rojo. Lo envuelve en la lucha para defender el monopolio del comercio exterior
y adopta la antigua propuesta de Trotsky de que se otorguen amplios poderes al Gosplan.
Las
visitas de Trotsky a Lenin durante su enfermedad son escasas, pero en una de
esas raras visitas, en algún momento de noviembre de 1922, Lenin discute con él
la proposición de que asuma el cargo de Vicepresidente. Según relata Trotsky la
conversación en su autobiografía, lo central en la propuesta de Lenin no se
refiere a la aceptación del cargo, sino a la creación de un bloque para luchar
contra la burocracia. Trotsky objeta que la lucha contra la burocracia del
Estado obligaría a luchar también contra la del partido. Desde el punto de
vista de Lenin, mejor aún: dos en uno. Así se lo hace sentir al visitante, y en
esos términos ambos acuerdan emprender el combate.
No hay
motivos para dudar de la buena fe de Trotsky al aceptar la propuesta de frente
común que le fue dirigida por Lenin, así como no hay motivos que justifiquen lo
que afirma Martin Clemens, sosteniendo que habría engañado a Lenin al aceptar
la defensa de la causa georgiana. Pero el prematuro desaparecimiento de Lenin,
totalmente incapacitado a partir de marzo de 1923, interrumpió la recién
iniciada convergencia. La perspectiva que Lenin venía esbozando en sus últimos
artículos, especialmente, representaba un viraje tan sustancial que nadie podía
poner en práctica de inmediato, sin haberlo asumido por completo.
En esa
perspectiva se incluye la visión cada vez más “algebraica” que Lenin venía
manifestando sobre el carácter de la revolución en curso, cada vez menos
socialista en sentido estricto, lo que Moshe Lewin resume señalando que la
esperanza del líder bolchevique era que la Unión Soviética pasara a ser un país
con “capitalismo de Estado”, pero bajo la conducción de un gobierno socialista.
Esta visión incluye también la importancia que atribuye en los últimos meses a
las formas de organización cooperativas y a la revolución cultural que debía
realizar el régimen soviético. Todo lo cual tiene muy poca semejanza con la
idea corriente de transición al socialismo y conforma un cuadro muy distante de
los estereotipos librescos sobre esta transición. No es sorprendente que el
artículo de crítica al Rabkrin, publicado en Pravda el 23 de
enero, y su último artículo, “Más vale menos y mejor”, publicado el 4 de
marzo, desagradaran profundamente a la troika, a punto tal que uno de los
miembros del Politburo, Kuibyshev, llegó a proponer que se fabricara una
edición ficticia de Pravda con un único ejemplar, para hacer creer a
Lenin que este último artículo había sido publicado.
Entre
bastidores, Stalin traba en ese momento una feroz lucha por la supervivencia.
El Secretario General sabe que estará condenado, sin apelación ni queja, si
algún prestigiado dirigente de la vieja guardia esgrimiese ante el partido la
recomendación planteada por Lenin de que fuese destituido. Pero Zinoviev y
Kamenev están conjurados con él. Y Trotsky dirá, más tarde, que no quiso
discutir sobre la persona y el cargo, para que una discusión así personalizada
no diese la impresión de una lucha por la sucesión de Lenin. Y se conformó con
la pose de arrepentimiento de Stalin, y su promesa de arreglar lo hecho en la
cuestión georgiana.
En el XII
Congreso del partido, en abril de 1923, se levantan varias voces: Bujarin,
Rakovsky, Sultan-Galiev y Skrypnik, contra el chauvinismo ruso; Preobrashensky,
Kossior, Lutovinov, contra la burocracia. Pero no se escuchó la de Trotsky,
privando así al difuso movimiento anti burocrático de un punto de
cristalización insustituible. Según Moshe Lewin, “la decisión de dejar en el
poder a Stalin y sus partidarios muestra que, en ese momento Trotsky, no
comprendía ni a Lenin ni a Stalin” (Lewin, 2003: 47).
En
octubre, Trotsky decide finalmente enviar al Politburo una carta que fija posición
de manera incisiva. Casi simultáneamente, comienza la discusión pública dentro
del partido, con la Declaración de los 46. Pero en ese momento ya estaba
cerrada la ventana de aquella oportunidad que, en marzo y abril, permitía
cuestionar la frágil posición de Stalin: la Oposición de Izquierda nació con
varios meses de atraso.
Preconiza
la industrialización y la planificación, mientras que Stalin reafirma la NEP…
Pero el test decisivo sobre el marcado déficit de dialéctica leninista que
existía en la Oposición de Izquierda se producirá en 1928, cuando Stalin decide
a responder a las presiones económicas de los kulaks con un brutal
viraje. Ese es el tiempo del primer Plan Quinquenal, de la industrialización y
de la colectivización forzada. Varios opositores destacados, como
Preobazhensky, suponen que volverán a ser escuchados. Trotsky no cae en el
engaño y, al menos desde mayo de 1928, advierte que en un viraje político no
importa solo lo que se hace, sino quien lo hace. Pasará a ser, entonces, la
referencia inevitable que mantiene el estandarte de lucha cuando otros muchos
capitulan.
Los
opositores que pretenden continuar el combate se agrupan en torno al líder
proscripto en la URSS y, luego, proscripto de exilio en exilio. Los discípulos
de Trotsky que no defeccionan continuarán destacando que “falta” algo esencial:
la restauración de la democracia soviética. Sin embargo, la insistencia en lo
que falta deja subentender que algo fue hecho o está siendo hecho, y revela en
definitiva algo de ese típico sentido común que cae en la evaluación de los
gobiernos por “hacer” mucho o poco, dejando siempre de lado el poner el bisturí
en su agenda de clase. E incluso cuando la Oposición de Izquierda deje el lugar
a la Cuarta Internacional, y el propósito de reformar al Estado soviético sea
sustituido por un programa de revolución política, persistirá en el movimiento
trotskista la convicción de que el “Estado obrero” constituye una palanca para
la futura construcción del socialismo.
El mismo
Trotsky combate valientemente, pero con una mano atada: denuncia al régimen
estalinista que va socavando los fundamentos del Estado obrero, pero admite que
el “centrismo” burocrático puede defender las conquistas de Octubre contra los kulaks;
denuncia los métodos administrativos, el sacrificio de la calidad de la
producción al fetichismo de las estadísticas, el vaciamiento del rublo, los
ritmos forzados de la industrialización, la colectivización carente de
suficiente base tecnológica y la aberración del “Plan Quinquenal en cuatro años”;
pero no deja de sorprendernos con su aplauso al gran salto adelante que, pese a
todo, sigue viendo en la industrialización.
Con la
perspectiva y la visión de conjunto que le daban las varias décadas
transcurridas mientras tanto, Andrés Romero[7] habría de
constatar que el efecto del viaje de 1928 fue precisamente lo opuesto al
esperado por Trotsky: “la utilización sistemática de la violencia contra las
mayorías rurales terminó de “perfeccionar” el aparato represivo que
inmediatamente se utilizó contra los trabajadores asalariados” (Romero, 1995:
43).Moshe Lewin lleva a clasificar este perfeccionamiento del aparato represivo
como un “despotismo agrario”, que pesó después sobre toda la sociedad.
Elementos
para un balance
La
convergencia entre los dos principales dirigentes de la revolución de Octubre,
que tomamos como punto de partida de este texto, se da en un momento en que ya
era claro que el Estado soviético no se hacía cada vez más simple y
transparente: se hacía cada vez más complejo y difícil de descifrar. Y no
estaba más cerca de ser gobernable por una simple cocinera, como en su tiempo
idealizara Lenin: estaba en vísperas de ser gobernado por un “cocinero de
platos muy condimentados”. Por otro lado, el nuevo panorama político creaba sus
anticuerpos. Las primeras fuerzas de la oposición comenzaban a decantar y
agruparse.
El hecho
de que Lenin estuviera en el origen de ese movimiento y haya sido un precursor
de la Oposición de Izquierda, no significa sin embargo que ésta haya sido
efectivamente continuadora de Lenin. La especulación sobre la diferencia que
hubiese representado una Oposición de Izquierda con Lenin ha tenido a lo largo
de los tiempos dos tipos de respuestas: una, objetivista, afirmando que el
ascenso de la burocracia era un proceso social imparable y que habría liquidado
al mismo Lenin; otra, subjetivista, admitiendo que el fundador del bolchevismo,
con su autoridad y prestigio, podría haber determinado un desenlace diferente.
Sin meternos en ese laberinto contra fáctico, destacaremos en todo caso que los
dos paradigmas simétricos tienen en común la misma unidad de medida: el prestigio
del dirigente y la diferencia que habría o no habría hecho. Se trata de una
visión reduccionista que, en definitiva, termina siendo un simple reclutamiento
póstumo del líder bolchevique a la Oposición de Izquierda, avalando con su
autoridad el camino que esta adoptó después.
Sin
embargo, el último combate de Lenin indicaba que podía ser mucho más que el
peso pesado de esa batalla, un primus inter pares y refuerzo decisivo
para un plan de operaciones más o menos obvio. La especificidad del input
leninista en los primeros meses de gestación de las fuerzas anti burocráticas
consistió, precisamente, en un abordaje mucho más condicional, más rico en
hipótesis de trabajo, en una palabra, mucho más dialéctico que todas los
que llegarían a ser desarrolladas por las diversas oposiciones. Una Oposición
de Izquierda encabezada por Lenin no hubiera sido simplemente una oposición más
fuerte: hubiera sido otra oposición.
Más que
cualquier otro, Lenin se dio cuenta en 1922 e incluso antes, que se trataba de
desarrollar, bajo un régimen proletario una economía con rasgos capitalistas de
Estado, cooperativistas u otros. El bolchevismo, dijo de mil y una maneras,
tiene que aprender de los capitalistas, tiene que aprender a administrar y a
dirigir la economía. La palabra clave es aprender: en su último
artículo, “Más vale menos y mejor”, escribió: “para renovar nuestro
aparato de Estado, precisamos a toda costa, en primer lugar, aprender; en
segundo lugar, aprender; en tercero, aprender” (Lenin, 1959: ).
A veces
Lenin parece vacilar: comienza oponiéndose a la insistencia planificadora de
Trotsky, pero termina alentando después la creación del Gosplan;
comienza oponiéndose a las pretensiones georgianas, pero termina por apoyarlas
contra la retórica de un Estado “socialista” superior que, en definitiva,
apenas encubre el chauvinismo ruso. La navegación a vista que realiza, las
propuestas aproximativas que presenta, todo está basado en la percepción de que
en Rusia no se está construyendo el socialismo. La autocrítica que realiza no tiene
nada que ver con los rituales autoflagelatorios de los “procesos de Moscú”,
pero sí y mucho con el chocante descubrimiento de realidades hasta entonces
disimuladas bajo el manto de una ideología común. Al descubrir el chauvinismo
ruso, identifica en esa punta del iceberg uno de los rostros de la
tendencia termidoriana.
Finalmente,
una palabra sobre la especificidad del método de Lenin. Con más énfasis que
cualquier otro dirigente, Lenin “inscribe” la necesidad de las revoluciones
occidentales como factor indispensable para el rumbo socialista de la
revolución rusa. Inversamente, “inscribe” también el fracaso de la revolución
alemana como matriz estructurante de su análisis a partir de 1921. Lenin
estaba, de ser ello posible, aún más lejos del “socialismo en un solo país” de
lo que iría a estarlo la Oposición de Izquierda.
Recordemos
que Trotsky, con un sentido cautelosamente crítico e incluso vagamente
desdeñoso, clasificara las fórmulas leninistas de 1905, como algebraicas: “si”
el campesinado desempeñara un papel revolucionario independiente sería posible
crear una dictadura democrática de él mismo y del proletariado. Lo que
disimulaba el “comunismo de guerra”, con su vorágine de medidas expropiadoras y
el consenso con las mismas impuesto por las circunstancias, era que el
pensamiento programático de Lenin había seguido siendo algebraico en 1918-1921:
“si” estallara la revolución europea, el “comunismo de guerra” habrá sido el
preludio del socialismo. Como no estalló, será preciso encontrar la forma de ganar
tiempo y de sobrevivir –sin socialismo– hasta la revolución europea.
En tal
sentido, la ola de recientes estudios[8] que
redescubre la apropiación de la Lógica de Hegel por parte de Lenin en
1915, es el equivalente filosófico del supuesto clonaje, incluso al milímetro,
de la teoría de la revolución permanente por las Tesis de Abril. Esta
ola tiende a levantar una Muralla China entre el “álgebra”
de 1905 y el de 1921 –aquel más empírico, éste más maduro, pero ambos
estrechamente emparentados. Pero de este modo se corre el riesgo de substituir
los saltos cualitativos, el trabajo de superación y de síntesis, por un “corte
epistemológico” que no existe.
La misma
exhortación a “aprender” con los capitalistas es la
actitud de alguien que reúne las diversas cuestiones en una ecuación, pero no
pretende poseer inmediatamente solución para todas ellas. El trabajo algebraico
de resolver las ecuaciones no constituye una capitulación frente al enemigo: el
régimen soviético tiene mucho que aprender del capitalismo, pero este no tiene
nada que enseñar ni puede dar lección alguna al régimen soviético. Al partido
educador de la clase obrera, que diversas caricaturas quisieron encontrar en ¿Qué
hacer?, deberá sustituirlo un partido en proceso de permanente auto
educación. Que deberá ser modesto frente a la realidad y capaz de aprender con
ella. Serán sus sólidas convicciones revolucionarias las que lo llevarán a
aprender lo que quiere y no lo que el enemigo pretende inculcarle.
Con
Alexander Herzen, Lenin podría hacia el fin de su vida seguir proclamando que
la dialéctica es el álgebra de la revolución. Pero Lenin no siempre se extendía
citando fórmulas. Su escritura nunca lo era para la posteridad. Sus libros y
artículos se dirigen al público de su tiempo, sus discursos a una audiencia que
quiere convencer. Si tomáramos a otros cuatro clásicos del marxismo –los dos
padres fundadores decimonónicos, más Luxemburg y Trotsky–, la escritura de
Lenin es la más datada, la menos atrayente desde un punto de vista
estrictamente literario. Y, sin embargo, una mirada sobre todo lo que son su
práctica y su discurso, nos lo revela como el más consumado cultor de la
dialéctica revolucionaria. El último año de vida activa de Lenin constituye un
punto alto de tal dialéctica. Es también un importante legado que dejó a la
Oposición de Izquierda, que ésta asimiló lo mejor que pudo.
Bibliografía
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l’URSS. París: Les Éditions de Minuit, 1963.
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Pierre (1988). Trotsky. París: Fayard, 1988.
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Martin, Dershimorda. Lenin gegen Stalin. Eine historische Studie über Lenins
letzten Kampf. Múnich, Verlag Münchener Manuskripte, 2007.
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Liebman,
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Romero, Andrés,
Después del estalinismo. Los Estados burocráticos y la revolución socialista.
Buenos Aires: Antídoto, 1995.
Trotsky,
León, Mein Leben. Berlín: Fischer, 1930.
–, 1905.
Resultados y Perspectivas. París: Ruedo Ibérico, 1971.
* Artículo enviado por el autor para este número especial de Herramienta.
Trad. del portugués de Aldo Casas.
** Historiador y periodista portugués. Autor del programa “País em
Memória” en la red de televisión pública RTV Memória. Autor de varios libros;
entre ellos, Negócios com os Nazis. Ouro e outras pilhagems (1997), Hitler
e Salazar. Comércio em tempos de guerra (2000) y Conspiradores e
traficantes. Portugal no tráfico de armas e de divisas nos anos do nazismo.
1933-1945 (2005).
[1] La difusión de Balance y perspectivas fue muy restringida, pues
rápidamente resultó confiscada por la policía. Según Marcel Liebman, Lenin solo
llegó a leer este trabajo 14 años después.
[2] Pseudónimo utilizado en la ocasión por el dirigente trotskista
argentino más conocido como Nahuel Moreno.
[3] Moshe Lewin hace responsables tanto a Trotsky como a Lenin por lo que
hay de equívoco en la expresión "comunismo de guerra": las medidas de
guerra, y en especial las requisiciones, están determinadas por una necesidad
dramática y constituyen para el poder soviético una cuestión de supervivencia.
Nada tiene en común con la construcción del socialismo -para no hablar ya de lo
que, en la doctrina marxista, debería ser un estadio superior, comunista, donde
cada cual reciba según sus necesidades y contribuya según sus capacidades.
[4] Una curiosa inversión semántica hace aparecer la expresión República
Socialista Federativa Soviética de Rusia como símbolo de la política
unitarista de Stalin y la expresión Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas como símbolo de la política federativa preconizada por Lenin.
[5] En tal búsqueda, preconiza algunas de dudosa eficacia, como subraya el
historiador ruso Aleksei Gussev –agrandar y proletarizar el Comité Central,
aumentar las atribuciones de la Comisión Central de Control, reorganizar la
"Inspección Obrera y Campesina" (Rabkrin), designar
rotativamente "un ruso, un ucraniano, un georgiano, etc." en la
jefatura de la Unión.
[8] Véanse, sobre todo los estudios de Savas Michael-Matsas, Kevin B.
Anderson y Stathis Kouvelakis en las obras citadas como bibliografía.
Fuente: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-60/lenin-precursor-de-la-oposicion-de-izquierda
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