Por: Marcelo Colussi | Miércoles, 10/05/2017
"Venezuela es
una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de los Estados
Unidos"
Orden Ejecutiva
firmada por Barack Obama en marzo de 2015
"O inventamos o
erramos"
Simón Rodríguez
El proceso abierto en 1998 con la llegada al
Poder Ejecutivo de Hugo Chávez a través de elecciones democráticas, cambió el
panorama en Venezuela, y en buena medida, en toda la región latinoamericana.
Ese hecho, sin embargo, no fue una revolución popular, socialista, espontánea,
como las que se dieron a lo largo del siglo XX en Rusia, China, Cuba, Vietnam o
Nicaragua. En realidad fue un proceso sui generis donde un militar formado en
el anticomunismo de la Doctrina de Seguridad Nacional (paracaidista de los
cuerpos de élite de las fuerzas armadas), sin preparación marxista,
profundamente cristiano, se montó en el descontento popular que venía dándose
desde 1989 con el Caracazo (primera reacción popular en toda América Latina a
los planes neoliberales que se comenzaron a aplicar siguiendo recetas del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial, violentamente reprimido por el
gobierno de Carlos Andrés Pérez con una cauda nunca determinada de muertos que
varía, según las apreciaciones, de 2.000 a 10.000).
Retomando la ira popular ante esas medidas
netamente impopulares, y con un mensaje moralizante, Hugo Chávez llegó a la
presidencia. A partir de un discurso centrado en la lucha contra la corrupción,
Chávez ganó las elecciones y comenzó a construir un proyecto nacionalista. Para
sorpresa de todos, aún de la misma población que lo había votado, rápidamente
comenzó a hablar de un nuevo socialismo, formulando la crítica del socialismo
real, ya caído para ese entonces. Fidel Castro inmediatamente le tendió una
mano -o más bien aprovechó la circunstancia de encontrar un aliado
latinoamericano que le ayudara a salir del "período especial"-, con
lo que el discurso chavista fue tornándose más radicalizado, más
"cubanizado". Pero nunca hubo un planteo estrictamente socialista,
marxista.
En sus alocuciones -y en su práctica política-
Chávez ponía en un pie de igualdad las figuras de Ernesto "Che"
Guevara y de Cristo, citando indistintamente la Biblia o un texto del comunista
ruso Plejánov. Él mismo dijo muchas veces explícitamente que no era marxista.
Su plan de gobierno era una mezcla voluntarista de "buenas
intenciones", más cerca de la socialdemocracia o la caridad cristiana que
de un proyecto revolucionario. Lo cierto es que las circunstancias lo fueron
convirtiendo en un líder increíblemente popular, con gran arraigo dentro y fuera
de su país, siendo una figura mediática como pocas veces se dio en la historia,
venezolana o mundial.
Todo lo anterior es, en definitiva, la Revolución
Bolivariana: una indefinición ideológica asentada en gran medida en la figura
de un líder carismático. Con esa dinámica, el proceso venezolano cursó varios
años, con importantes avances para el campo popular (sustanciales mejoras en
los niveles de vida a partir de una más equitativa distribución de la renta
petrolera del país), pero sin tocar nunca los resortes últimos del capital. En
el momento de morir, Chávez -que pasó a ser figura sempiterna del proceso,
abriéndose forzosamente la pregunta de si puede haber socialismo basando en el
culto a la personalidad de un dirigente-, designó "sucesor". Nicolás
Maduro, un ex sindicalista que proviene de las filas del Partido Socialista,
fue el ungido.
Hoy día la revolución sigue en pie, aunque muy
atacada (o quizá muy débil) en sus cimientos. Puede decirse que en Venezuela
hoy se libra una guerra. Pero para ser exactos, hoy por hoy se acrecienta una
guerra que, en realidad, se viene librando desde hace años.
No hay dudas que recientemente esa guerra alcanzó
niveles monstruosos: la derecha se siente cada vez más envalentonada, y las
provocaciones -ya con más de 30 muertos como resultado- se pueden encaminar a
una abierta intervención extranjera, amparada en la Carta Democrática de la
OEA, quizá, permitiendo acciones militares incluso. El desgobierno y el estado
de volatilidad al que se está llevando al país evidencian una situación de caos
como nunca antes se había dado. El recuerdo de lo hecho por Estados Unidos en
Irak o en Libia, provocando virtuales guerras civiles con el destronamiento de
sus líderes (Hussein o Khadafi respectivamente) acude de inmediato a la
memoria. Tal vez algo así tiene pensado el Pentágono para el país caribeño. La
población de a pie, como siempre, es quien paga las consecuencias.
Las usinas ideológico-mediáticas del capitalismo
global llevan ese estado de caos a una dimensión apocalíptica, presentando la
situación como una "dictadura" sin precedentes, donde la población
está siendo masacrada, con mensajes que recuerden los más encarnizados momentos
de la Guerra Fría. El "castro-comunista" presidente venezolano está
reprimiendo en forma sanguinaria, parece ser el mensaje. Una cohorte de agentes
anti-bolivarianos (locales e internacionales) constituye la caja de resonancia
de esa escenificación. La caída del "villano" se anuncia cercana. Y
los muertos y heridos siguen, mientras continúa el desabastecimiento provocado,
la zozobra, la violencia manipulada.
Pero seamos claros: la guerra en cuestión no es
sólo la situación de ataque económico y saboteo a la que se ve sometido el
gobierno de Nicolás Maduro en este momento puntual, con el acrecentamiento
sanguinario de grupos que crean caos e ingobernabilidad. La guerra está desde
el momento mismo en que Hugo Chávez puso en marcha un proceso en que se
pretendió tocar las estructuras de la sociedad, empezando por repartir más equitativamente
la renta petrolera, abriendo un discurso con sabor cubanizado.
El actual ataque que sufre el proceso bolivariano
es la profundización de una lucha eterna que, siendo consecuentes con el
análisis del materialismo histórico, ha existido siempre en todos estos años de
intento de transformación. La guerra que vive la Revolución Bolivariana, ahora
claramente con armas de fuego y provocaciones cada vez más subidas de tono, es
la misma que padeció cualquier país que intentó salirse de los dictados de la
"normalidad" capitalista, en general manejada desde las sombras por
Washington: durante 64 años Corea del Norte, durante más de 50 años Cuba,
durante 60 años Palestina, durante 38 años Irán. Dicho de otro modo: la guerra
actual es una expresión de la lucha de clases que siempre estuvo presente,
desde que Chávez empezó a hablar de socialismo, desempolvando un término que,
en medio de la marea neoliberal, parecía condenado al olvido.
Vale la pena preguntarse, con sentido crítico y
constructivo, por qué no se tomaron las precauciones elementales para librar
esa guerra si se sabía que el enemigo siempre ha estado y estará ahí. Un
proceso que se pretende socialista sólo se puede fortalecer -dicho de otro
modo: sólo se puede ganar esta guerra- con más socialismo, nunca con menos. La
"revolución bonita", pacífica, tranquila, y más aún las concesiones a
la derecha, sientan las bases para la contrarrevolución feroz.
La lucha de clases, motor de la historia -en
Venezuela y en cualquier parte del mundo- siguió estando siempre al rojo vivo.
En realidad, nunca se enfría. Lo que sucede en el país responde en muy buena
medida a una agenda fijada por la Casa Blanca y los grandes grupos de poder
estadounidenses, que ven la posibilidad de perder una gran reserva de petróleo
que necesitan con desesperación. Ahora, con estas iniciativas
desestabilizadoras que está tomando la derecha nacional apoyada por el gobierno
norteamericano, con formas crecientemente agresivas ya no solo centradas en la
esfera económica sino con abiertas acciones armadas a través de grupos
provocadores, la lucha cobra mayor fuerza. Pero todo esto no es muy distinto,
en esencia, de todos los ataques que ha venido sufriendo la Revolución
Bolivariana en su historia: intentos de golpe de Estado, paro petrolero,
"calentamiento" de calle, desabastecimiento, mercado negro, continua
agresión mediática, desprestigio internacional, escaramuzas armadas
esporádicas, sabotajes varios.
El intento del gobierno de Estados Unidos es
detener de una buena vez por todas el proceso nacionalista/socialista que está
teniendo lugar en Venezuela para asegurarse la reserva de petróleo conocida más
grande en la actualidad. La voracidad imperial necesita de ese oro negro como
su oxígeno vital, y por nada del mundo está dispuesto a perderlo. Y ahí viene
el choque: con Chávez se inició ese confuso proceso del socialismo del siglo
XXI. Con Maduro continuó, y el ataque de la derecha se tornó más despiadado.
Ahora bien: un socialismo jaqueado sólo podrá vencer no con concesiones y
titubeos a la derecha, sino con más socialismo. ¿Cómo pudo reconstruirse la
Unión Soviética devastada por la terrible Segunda Guerra Mundial, para llegar a
ser superpotencia pocos años después? Con más socialismo. ¿Cómo pudo Vietnam
salir airoso de la tremenda guerra de agresión que sufrió? Con más socialismo.
¿Cómo pudo Cuba soportar el "período especial" una vez desaparecida
la Unión Soviética? Con más socialismo. Las concesiones y titubeos no llevan
por buen camino. O, en todo caso, dan pie a más agresiones, a más ataques.
¿Qué puede pasar ahora en el país caribeño? El
proceso está complicado, y las opciones parecen solo dos: o se profundiza
realmente la vía socialista o, como dice Atilio Borón: "El triunfo de la
contrarrevolución convertiría de hecho a Venezuela en el estado número 51 de la
Unión Americana, y si Washington durante más de un siglo ha demostrado no estar
dispuesto a abandonar a Puerto Rico, ni en mil años se iría de Venezuela una
vez que sus peones derroten al chavismo y se apoderen de este país y su inmensa
reserva petrolera. (…) La derrota de la revolución se traduciría en la anexión
informal de Venezuela a Estados Unidos".
No cabe ninguna duda que luego de décadas de
capitalismo salvaje, extinguido el campo socialista soviético, las ideas de
justicia social y lucha por un cambio revolucionario de la sociedad quedaron
debilitadas. Obviamente las luchas de clases no terminaron, pero el discurso
conservador dominante intentó pasar al baúl de los recuerdos todo lo que
tuviera que ver con "socialismo", "revolución obrera y
campesina", "poder popular y socialización de los medios de
producción", "lucha antiimperialista". Fue la llegada de Hugo
Chávez lo que permitió desempolvar esos anhelos. El proceso que él iniciara
revitalizó esas dormidas y muy golpeadas esperanzas. La historia, por supuesto,
no había terminado. El campo popular allí siguió estando, resistiendo como pudo
las políticas neoliberales, diezmado, desorientado en su lucha política. Eso
fue lo que posibilitó la aparición de un líder como Hugo Chávez. El Caracazo y
las luchas populares fueron su preámbulo.
Es en esa lógica, a partir de ese nacionalismo
provocador que se inicia con el Caracazo y se continúa con la llegada a la
presidencia de Chávez, que el caso de Venezuela representa una "piedra en
el zapato" para Washington, dadas las enormes reservas de hidrocarburos
que atesora, botín que el imperio no va a perder. Ese pareciera el elemento
principal a considerar para entender la situación actual del país; un gobierno
nacionalista que quiere manejar autónomamente sus recursos, y si a eso se suma
un presidente díscolo que puede tratar de "diablo" en la cara al
primer mandatario de la primera potencia mundial (a George Bush en las Naciones
Unidas: "huele a azufre"), llamando a una unidad latinoamericana con
un talante al menos no capitalista, el resultado es lo que vemos: el imperio
muestra los dientes. La derecha local, en este momento nucleada en la Mesa de
la Unidad Democrática -MUD- es solo su peón, su operador en el terreno.
Ahora, dado que la coyuntura lo fue haciendo
posible, la Casa Blanca ya se permite hablar abiertamente de una intervención:
"Venezuela atraviesa un período de inestabilidad significativa el año en
curso debido a la escasez generalizada de medicamentos y comida, una constante
incertidumbre política y el empeoramiento de la situación económica",
declaró recientemente el Jefe del Comando Sur, Almirante Kurt Tidd, en su
informe al Comité de Servicios Militares del Senado estadounidense. Por ello,
según la estrategia que el país del norte tiene trazada, consistente justamente
en crear ese escenario de caos, "la creciente crisis humanitaria en
Venezuela podría obligar a una respuesta regional", léase: acción militar
multilateral bajo el paraguas de la OEA quizá, liderada por la Casa Blanca.
En realidad, el proceso de transformación
iniciado por Hugo Chávez, y tibiamente continuado por Maduro, con más
concesiones que verdaderos avances socialistas, tiene como soporte ideológico
una mezcla algo ambigua de socialdemocracia, voluntarismo, caridad cristiana y,
por allí, algunos chispazos inspirados en el materialismo histórico. Las
concesiones actuales pueden llegar a ser groseras: "Destacan políticas
como la creación de las Zonas Económicas Especiales, las cuales representan
liberalizaciones integrales de partes del territorio nacional, una figura que
entrega la soberanía a los capitales foráneos que pasarían a administrar
prácticamente sin limitaciones dichas regiones. Se trata de una de las medidas
más neoliberales desde la Agenda Venezuela implementada por el gobierno de
Rafael Caldera en los años 90, bajo las recomendaciones del Fondo Monetario
Internacional", analiza acertadamente Emiliano Teran Mantovani.
No hay duda que las clases populares, los
eternamente excluidos y olvidados -el "pobrerío" en sentido amplio,
para decirlo con un término quizá no marxista- con el proceso bolivariano se
comenzaron a sentir protagonistas de su propia historia. El poder popular, al
menos en parte, comenzó a ser un hecho: los "negros de los barrios"
con la Revolución Bolivariana pudieron comenzar a entran triunfantes al Teatro
Teresa Carreño, otrora un ícono de la oligarquía vernácula. Y las condiciones
de vida mejoraron ostensiblemente (salud, educación, salario, vivienda, acceso
a la recreación, lucha contra el patriarcado, etc.). Pero el ciclo de bonanza
terminó. Los precios a la baja del petróleo (manipulados por las bolsas de
valores imperiales) no permitieron seguir con la misma intensidad los programas
sociales. Si a eso se le suma el avance sanguinario de la derecha, el paisaje
actual abre un angustiante interrogante de qué sucederá en con esta peculiar
revolución en marcha.
Pareciera que la revolución nunca tuvo claro (y
parece que no lo tiene tampoco ahora) qué es eso del socialismo del siglo XXI.
Que el enemigo de clase reaccione es lo esperable (¿por qué no habría de
hacerlo?, pues la "guerra" no comenzó con el mercado negro, la
especulación y el desabastecimiento actuales: la guerra es la lucha de clases,
siempre presente desde que hay sociedades con propiedad privada). La otra parte
del problema está del lado del movimiento bolivariano: ¿hacia dónde se quiere
ir realmente?
Si esto no está precisamente definido, será
difícil cuando no imposible, seguir caminando. El proyecto económico de la revolución
es algo incierto, confuso incluso: ¿es socialista? ¿Es socialdemócrata?
¿Capitalista con rostro humano? ¿Control obrero de la producción o
asistencialismo gubernamental?
Todo ello abre la pregunta respecto a qué se ha
estado construyendo estos años, lo cual lleva a conclusiones inexorables: 1) la
economía, y el Estado que la administra, siguen siendo capitalistas. Y, no
menos importante, 2) no se salió nunca del rentismo petrolero. He ahí un cuello
de botella ineludible. Superar eso es la clave para ganar la actual avanzada
desestabilizadora. O, dicho de otro modo, para profundizar, de una buena vez
por todas, la revolución y construir el socialismo.
Históricamente la riqueza generada por la
producción quedó mayormente en manos de la clase dirigente nacional: una
burocracia tecnocrático-petrolera y un empresariado nacional poco productivo
(en menor medida agrícola-industrial, fundamentalmente de servicios), o
retornaba a las casas matrices de las corporaciones multinacionales que operan
en territorio venezolano. Muy buena parte de esa renta iba destinada a un
consumo en cierta forma irracional, suntuario (los pechos de silicona y la
cultura de las Miss Universo son un patético síntoma). Con el proceso
bolivariano todo ello no cambió sustancialmente, pero sí en parte la forma en
que se repartía la renta, por cuanto comenzó a llegar algo más a los
desposeídos de siempre. Por eso la derecha reaccionó (por razones tanto
económicas como viscerales, ideológicas). De todos modos, los mecanismos
últimos de la economía (la propiedad de los medios productivos) no se
expropiaron. Y lo mismo pasó con el sistema financiero. Es decir: un socialismo
excesivamente tibio, un socialismo que nunca fue tal, en sentido estricto.
La edificación de una sociedad nueva, con dignidad
para todos, sostenible y respetuosa del medio ambiente, no se puede hacer sobre
la base de la monoproducción, de la venta de petróleo, quedando el país en
dependencia casi absoluta de la industria y la tecnología extranjeras, incluida
también la seguridad alimentaria. Muchos menos aún: no se puede hacer sobre un
modelo capitalista. Eso tiene sus límites inexorablemente.
Las situaciones límite, tal como pareciera que
ahora se ha ido creando en el país, fuerzan ineludiblemente respuestas
decisivas, terminantes. Son horas definitorias; las medias tintas ya no son
posibles. El actual llamado a una Asamblea Constituyente que hace la dirección
bolivariana en el medio de la crisis no queda claro si es un "manotazo de
ahogado" o un mecanismo para ganar tiempo. Sectores de izquierda crítica,
que siempre han apoyado la Revolución, ahora lo adversan. Como medida política,
abre interrogantes.
Está claro que la Revolución está en aprietos.
Medidas socialistas que se deberían haber tomado años atrás -control obrero de
la producción, milicias populares, diversificación productiva, reforma agraria,
profundización real del poder popular- pueden ser el camino. La tibieza, en
este momento, puede ser el preámbulo del envalentonamiento final de la derecha.
Una "revolución bonita", que no apela a
medidas enérgicas anticapitalistas de claro e incuestionable contenido popular,
con acciones más reactivas que propositivas, puede haberse cavado su propia
fosa, justamente por su tibieza, por sus indefiniciones. Pero tal vez es el momento
de profundizar ese socialismo del Siglo XXI que nunca quedó claro en qué
consiste. Es hora, tal vez, de definirse con claridad. Solo eso podrá impedir
retroceder lo avanzado y pasar a ser ese Estado 51 de la Unión Americana.
Como dijo Rosa Luxemburgo analizando la
revolución bolchevique de 1917: "No se puede mantener el "justo
medio" en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión
rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la
historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y
arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas,
mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo".
En conclusión: el socialismo sólo puede mejorarse
con ¡más y mejor socialismo! Ahora es cuando, ahora es el momento decisivo.
Quizá, lamentablemente, haya que decir: ahora… o nunca.
Boron, Atilio. Venezuela en la hora de los hornos. En Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226332
Marea Socialista califica de "falsa" la Constituyente y exige referendo consultivo. En Aporrea: https://www.aporrea.org/ddhh/n308130.html
Teran Mantovani, Emiliano. El proceso bolivariano desde adentro. Siete claves para entender la crisis actual. En Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225731
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